Diario del Ártico: día 1

Si algún día os interesa visitar el desierto blanco, probablemente os resulte más fácil viajar hacia el Norte que hacia a la Antártida y, probablemente, vuestro destino más accesible (siendo aun así, uno de los más septentrionales) sean las Islas Svalbard. Este peculiar archipiélago está abierto al turismo desde los años 90, lo cual explica la carestía de sus hoteles y que existan vuelos comerciales (un par al día) que conectan Longyearbyen, el principal asentamiento de las islas (algo parecido a una “capital”) con la Noruega continental.

Esto no significa que sea fácil llegar hasta aquí: los miembros españoles de la expedición ATP hemos pisado, entre ayer y hoy, un total de 5 aeropuertos como mínimo (algunos, incluso 6): Granada, Madrid, Zurich, Oslo, Tromso y, por fin, Longyearbyen. Y lo más difícil no es llegar a tiempo, pasaporte en boca, a cada nuevo embarque, sino conseguir que la maleta facturada alcance también tu destino. Quizás por eso, por conseguir recuperar las maletas, o por el cansancio acumulado, el aterrizaje en Svalbard ha sido eufórico: desde el cielo, la isla de Spitsbergen (la mayor del archipiélago) parecía un enorme helado de straciatella sobre un mar azul oscuro planchado, sin una sola ola.

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