«Cristo murió sin cuidados paliativos»

Claro… pero es que él lo hacía por salvar a toda la Humanidad y era el mismísimo Dios. Así cualquiera.

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El arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián Aguilar, ha proclamado este viernes que la muerte de Jesucristo en la cruz fue «absolutamente digna» a pesar de que «no tuvo cuidados paliativos». Así que ya sabéis mis queridos fieles, el modelo es que te den ocho millones de latigazos, te coloquen una corona de espinas para ir desangrándote poco a poco, que te hagan cargar con tu propia cruz hasta llegar a lo alto de un monte, que te claven en ella de pies y manos rompiéndote huesos, tendones y lo que pille por medio, que te claven una lanza en el costado para reventarte los pulmones y comprobar que ya no reaccionas y, finalmente, morirte secándote bajo el sol colgado en lo alto de un palo a la vista de tu madre. Si eso es una muerte «digna»… a mí, por favor, que me la pongan indigna. No me hagáis mucho caso, pero creo que un caso así estaría claramente tipificado como «tortura», una violación de los derechos humanos y precisamente, de la Dignidad de la persona. Puestos a salvar la humanidad ¿no podría el Altísimo haber encontrado algún medio menos escabroso?

Qué tendrán los cristianos… corrijo, el Catolicismo casposo con el dolor, que tanto se empeña en glorificarlo y ensalzarlo. Los mismos que predican que el cuerpo del hombre es sagrado son los que rinden culto al dolor de los mártires y al sacrificio. Los mismos que santifican la vida y condenan el suicidio o la eutanasia, son los que justifican la pena de muerte o critican la utilización de preservativos para paliar los efectos de una pandemia, el SIDA, que extermina lentamente al África subsahariana. Los mismos que ensalzan la misericordia, son los que permiten que un ser humano agonice lentamente hasta su último estertor, y pretenden comparar su dolor al de los mártires torturados por los hombres de una manera injusta, inhumana y definitivamente indigna.

Aquel dolor, como el de los enfermos que hoy solicitan la eutanasia, era innecesario y no tenía nada de Santo ni de admirable. Lo admirable y lo santo fue la lucha de una minoría que reivindicaba sus creencias y sus principios. Que su muerte consagrase el mito (nunca mejor dicho) dándole un toque dramático y más bien morboso, no debería desplazar el quid de la cuestión, lo realmente relevante del asunto: el heroísmo, la lucha pacífica por medio de la palabra y no precisamente el dolor que padecieron Jesús y sus seguidores que, antes de ejemplificar la»bondad» del cristianismo, muestra en todo su esplendor la crueldad de que son capaces los hombres. Pero parece mentira que dos mil años más tarde todavía algunos no sepan discernir, separar la paja del grano. La prueba la tenemos en las vírgenes llorosas y las figurillas (y no tan figurillas) sangrantes que recorren estos días nuestras calles. Si Jesús levantara la cabeza… se acojonaría con tanto merchandising.

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