Por qué las estrellas titilan y los planetas no

Miramos al cielo en una noche oscura y vemos montones de puntitos brillantes en el cielo, unos titilan y otros no. Muchos conoceréis la regla básica para distinguirlos: si titila, es una estrella; si no, planeta. Pero el hecho es que titilar no es una propiedad intrínseca de «ser estrella» o «no ser planeta». Hay planetas que titilan, aunque probablemente no lleguemos a verlos a simple vista, y hay estrellas que no lo hacen; concretamente una: el Sol.

Entonces, ¿por qué titilan todas las demás estrellas? ¿Por qué no titilan los planetas (al menos los que vemos a simple vista, como Júpiter, Marte, Venus y Saturno)? En definitiva, ¿por qué nos sirve esa sencilla regla para identificar planetas? ¿Nos serviría igual en Marte, por ejemplo? Nos lo cuenta Francis en Por qué las estrellas no titilan en Marte. Aunque os haya destapado un poco el misterio con el título del artículo de Francis, la explicación subyacente no deja de ser apasionante.

Resumiendo, las capas altas de la atmósfera de la Tierra sufren variaciones de temperatura, lo que se traduce en variaciones en el índice de refracción. El aire en esas capas se comporta entonces, de cara a la luz que llega, como una sopa de pequeñísimas lentes en constante movimiento, enfocando la luz en diferentes direcciones. Además, se produce la condición necesaria de que la frecuencia de esas variaciones es lo suficientemente «lenta» para que nuestro ojo sea capaz de apreciarlas. En este contexto, las estrellas (quitando el Sol) son objetos con un tamaño aparente menor que el de estas «lentes», y por tanto su luz viene y va con el movimiento de las mismas: las vemos titilar. Júpiter, Marte, etc., en cambio, tienen un tamaño aparente mayor, por lo que los efectos se compensan entre varias lentes y vemos una intensidad de luz más o menos constante.

Así pues, planetas con tamaño aparente del orden de una lente o más pequeños sí titilan (se puede comprobar con un telescopio). Para más detalles, me remito al artículo de Francis y al artículo técnico (que enlaza Francis al final de su entrada). Y aunque no titile por su tamaño, todo el que haya tenido la oportunidad de ver Júpiter en un telescopio habrá apreciado la acción de la atmósfera en la luz que llega, especialmente cuando se encuentra cerca del horizonte.

Todo esto nos lleva a preguntarnos si las estrellas también titilan en Marte. La respuesta ya la sabemos aunque no hayamos estado allí: no lo hacen. Y la explicación está en que su atmósfera no reúne las características adecuadas para que se produzca este efecto.

(Post)Concierto fin de carrera

Casi me da miedo darle al play. Estoy nervioso, más que ayer incluso. Pero ya está hecho. Porque ya está hecho. Para la posteridad quedan todas mis virtudes y también mis meteduras de pata, que las hubo. Afortunadamente, fueron razonablemente pocas; y muchas menos, evidentes. Cosas del directo.

A pesar de todo, acabé disfrutando. Con el estómago en la garganta, pero disfrutando. Regodeándome en el puro sufrimiento… es curioso hacer música. Los que solo la escucháis, no os hacéis ni una ligera idea. Es como un juego de oxímoron. Piensas y no piensas; ¡en qué narices estás pensando? Estás tan sumamente concentrado que no tienes ningún control sobre lo que está pasando. Los dedos saben perfectamente qué tienen que hacer, pero no saben adónde ir. Y mientras luchas contra ellos uno a uno, un poco más fuerte para destacar esto; la próxima nota la tengo que bajar para afinar con el piano, pero la siguiente no; qué ganas de toser…; no corras o el cambio de tempo posterior no se va a notar; aquí toca respirar, pero poco para no ahogarme; y después necesito mucho aire o no llegaré; cuidado con esa articulación, que tengo la boca un poco seca; mierda, llega el cambio de página y la he puesto mal… Y millones de cosas más cada segundo.

Tengo que decir que estoy orgulloso del resultado. Solo me queda dar las gracias a mis acompañantes, Pedro y Carlos, y a todos los que vinisteis a compartir este día conmigo, incluso de muy lejos. Y, muy especialmente, a mis amigos Txus, Rubén y Pablo, por ocuparse de todo en el backstage y sobre el escenario, y porque sin sus ánimos y sus bromas entre pieza y pieza me habría resultado muchísimo más difícil dominar los nervios.

Concierto fin de carrera

Trío Op. 114 para clarinete, cello y piano, de Johannes Brahms

Richard Mühlfeld, dedicatario de este Trío para clarinete, fue un músico alemán que entró a formar parte de la prestigiosa Meiningen Court Orchestra como violinista originalmente, pero que tres años después cambió al clarinete. Johannes Brahms (1833-1897), que había decidido dejar la composición tras escribir su Quinteto para cuerdas No. 2 Op. 111 en 1890, quedó impresionado por la calidad sonora y musicalidad de Mühlfeld tras escuchar su interpretación del Concierto No. 1 de Weber, el Quinteto para clarinete de Mozart y algunas obras de Spohr.

Así, Mühlfeld, «el mejor instrumentista de viento que haya conocido» según palabras del propio Brahms, se convirtió en la inspiración del compositor, que volvió a escribir para regalarnos algunas de sus últimas obras maestras: el propio Trío Op. 114 y el Quinteto para clarinete Op. 115 (1891), y las dos Sonatas para clarinete Op. 120 (1894). Aunque Brahms había mostrado cierto favoritismo por el clarinete en sus sinfonías y serenatas antes de conocer a Mühlfeld, no fue hasta entonces cuando se decidió a ampliar el repertorio camerístico del instrumento.

Poco sabemos hoy en día sobre cómo era ese sonido que maravilló a Brahms. Jack Brymer, en su libro Clarinet (Schrimer Books, 1976), recoge las impresiones de un anciano violista, director en ocasiones de la Duke of Devonshire’s Orchestra, entrevistado unos años antes de la Segunda Guerra Mundial. Dicho violista había tocado ocasionalmente en el cuarteto de Joachim, el célebre violinista y amigo personal de Brahms, por lo que había coincidido con Mühlfeld en la interpretación del Quinteto para clarinete de Brahms. El anciano aseguró que había tres cosas que recordaba claramente: «[Mühlfeld] utilizaba dos clarinetes, en La y Si bemol, para el movimiento lento, para simplificar la sección cíngara; tenía una técnica fogosa, con un tono cálido y un gran vibrato». Tras haber cuestionado el entrevistador si había querido decir «rubato», él insistió: «No: vibrato. Bastante más que Joachim y tanto como el cellista» (se sabe que Joachim era famoso por tocar con poco vibrato o sin él).

Por tanto, parece que, en aquella época, una interpretación por parte del clarinete «con tanto vibrato como un cellista» habría sido lo habitual y del agrado del compositor. En cambio, a partir del inicio del siglo XX, ha habido una reacción en contra del vibrato en el clarinete de forma que se ha expulsado totalmente de la técnica habitual del instrumento. Aun así, aunque académicamente rara vez se imparta, hoy en día todavía podemos encontrar clarinetistas que hacen un equilibrado uso del vibrato, como es el caso de Martin Frost o Richard Stoltzman (cuya grabación del Trío de clarinete de Brahms, con vibrato incluido, es destacable).

Brymer incluye en su texto un par de razones por las que el vibrato no ha seguido formando parte de la técnica del clarinete. La primera se refiere a la pureza del sonido: «En primer lugar, más que cualquier otro instrumento, el clarinete puede representar el tipo de belleza fresca, impecable de una estatua de mármol o de una pieza de madera perfectamente pulida. La pureza del sonido fascina de tal manera que hace pensar que la más mínima hendidura en su superficie constituiría una mancha». Y en segundo lugar, «de hecho, se ha estado haciendo [el vibrato] durante mucho tiempo muy mal».

George Townsend, en su artículo The Question of Clarinet Vibrato, apunta lo siguiente: «La flauta, que tiene el sonido más «ligero», requiere mucho vibrato. […] el flautista usa el vibrato como un componente intrínseco del color de su sonido […] El oboe, con un sonido más rico y complejo, requiere menos vibrato, estando este reservado para pasajes cantabile con el objetivo de sonar más expresivo. […] El clarinete, con su sonido oscuro y único, no requiere vibrato, el color expresivo inherente del propio sonido es suficiente para excluir la necesidad de añadir nada».

Con vibrato o sin él, este Trío de Brahms es otra de las piedras angulares del repertorio clarinetístico y una de las pocas obras camerísticas plenamente románticas con las que cuenta este instrumento. Al igual que el Quinteto y las dos Sonatas, se caracteriza no por sus dificultades técnicas, sino por sus enormes dificultades interpretativas.

Así ilustro esta obra maestra del repertorio de música de cámara en las notas al programa de mi concierto fin de carrera. Se celebrará el próximo martes 6 de noviembre a las 12:00 horas en el Auditorio Fernando Remacha del Conservatorio Superior de Música de Navarra, con obras de Danzi, Debussy, Brahms y Muczynski:

  1. Pieza de concierto Op. 45 No. 2, de Franz Danzi.
  2. Première Rapsodie, de Claude Debussy.
  3. Trío Op. 114, de Johannes Brahms.
    1. Allegro
    2. Adagio
    3. Andantino Grazioso
    4. Allegro
  4. Time PiecesOp. 43, de Robert Muczynski.
    1. Allegro Risoluto
    2. Andante Espressivo
    3. Allegro Moderato
    4. Andante Molto – Allegro Energico

Este es un enlace al precioso programa de mano que ha hecho Almudena. Estáis todos invitados.

Concierto fin de carrera