Me cago en la Virgen, qué mundo…

¡Me cago en la Virgen, me cago en la Virgen, me cago en la Virgen, me cago en la Virgen, me cago en la Virgen, me cago en la Virgen, me cago en la Virgen, me cago en la Virgen!

Sí, soy perfectamente consciente de que esto puede ofender los «dogmas, ritos y creencias» de quienes «profesen la religión católica». De hecho, está puesto ex profeso para joder.

Pues por esto, por un texto de Xavier Silveira que contenía nueve veces «me cago en la Virgen» (mira, con ésta diez), la Fiscalía de Guipúzcoa pide 3.600 euros de multa, porque considera que el autor es consciente de que resulta ofensivo.

A dónde vamos a ir a parar, me cagüen dios…

Casualidades

Una divertida casualidad ha hecho que esta mañana, al abrir mi Google Reader, leyese uno a continuación del otro, dos titulares de periódicos distintos: «La ley limitará a los charlatanes”, en Público, seguido de «El hombre que discute con el diablo: José Antonio Fortea, uno de los cinco exorcistas de la Iglesia católica en España” de EL PAÍS. Sólo un poco más abajo, y con el ojo ya hipersensible a la paradoja, el círculo se cerraba con este bonito broche de Público: «La Iglesia acusa a los medios de distorsionar su imagen: La conferencia Episcopal muestra su inquietud por la falta de fe”.

Las casualidades son causalidades poéticas, que establece el ojo donde en realidad sólo juega el azar. Pero me ha parecido un triplete tan bonito, tan optimista que quería compartirlo. Será que hoy me he levantado con buen pie y me creo que la gente cada vez es más lista. Que mientras los de siempre se quedan atrás, mientras que la Iglesia y demás charlatanes insisten en la irracionalidad y la superchería, en su faceta más retrógrada y anacrónica, la sociedad avanza.

A la Iglesia ya no le vale echar balones fuera. «Algo tiene que cambiar para que todo siga igual» que decía Don Fabrizio. Pueden culpar a los medios, al Chachachá, o a la Virgen de Lourdes que les ha abandonado, pero la realidad es otra: el Catolicismo sigue hoy en día anclado en una religiosidad propia de la Edad Media, arrastrando tras de sí supersticiones, arbitrariedades y dogmas autoritarios para adoctrinar a una comunidad de fieles aniñada, asustada y más bien escasita. Pero lo malo, no es la pérdida de clientes. El progreso hacia el laicismo y el ateísmo, es una evolución lógica de las sociedades avanzadas. Lo malo es que hay cristianos que tienen una fe sincera y madura, que necesitan la idea de dios para llevar sus vidas, y esta gente ya no encuentra su lugar en una Iglesia que los niega y pervierte su religión.

Charla de la SGAE, segunda parte

Para los que lleguéis tarde, aquí tenéis la primera parte. Y ahora al turrón. Nos habíamos quedado en el comienzo del turno de preguntas, tras terminar la charla en sí.

Mi primera pregunta (a la yugular, como no podía ser de otra manera), versaba sobre los llamados «recursos económicos» de la sociedad. En el artículo 81 del Título IV de los estatutos de la SGAE podéis leer de qué se componen estos recursos. Son de especial interés las letras f) y g) de dicho artículo (que recientemente, en 2006, fue modificado para reflejar estos puntos). Del primer punto, se desprende que los derechos cobrados por la SGAE cuyos autores no estén identificados pasarán a ser «recursos económicos» de dicha entidad una vez transcurridos 5 años sin ser reclamados. Actualmente, de los ejercicios anteriores a 2007, la sociedad acumula 180 millones de euros sin repartir. Mi pregunta, entonces, es obvia: «¿Qué se hace con este dinero cuando pasan los 5 años y se lo queda la SGAE?» Según Ignacio Casado, esto no es real puesto que ese dinero finalmente se reparte. Añade que lo máximo que él ha visto sin repartir ha sido 5 millones de euros -calderilla, no te jode-. De todas formas, dice que el 20% de ese dinero va para la Fundación y el resto se reparte entre los socios.

El caso es que yo he insistido: «Entonces, algo queda. Y no es poco precisamente. Por tanto, esto quiere decir que la SGAE está cobrando dinero que no le corresponde cobrar; bien por autores que no pertenecen a la entidad, derechos mal cobrados, obras con copyleft, etc.» Más balones fuera: que si los autores deben reclamarlo, que si la abuela fuma… Sobre esto, el punto g) del artículo antes mencionado, dice que los derechos cobrados de los cuales se conoce a los propietarios tienen un plazo de 15 años para reclamarlos. Es decir, que la SGAE no está obligada a llamar a tu puerta y darte tu dinero, sino que tienes que ir tú a reclamar, y si no… sí, amiguitos, se lo quedan.

Otro punto muy curioso que el ponente ha recalcado al menos un par de veces y podéis encontrar también en esta entrevista del Diario de Navarra: «Es importante saber que cuando se utilizan las obras, hay cinco años para poder identificarlas y reclamar esas utilizaciones. Así el autor tiene una garantía de cinco años para reclamar sus derechos, aunque todavía no esté dado de alto en la SGAE o no haya registrado sus obras». Vamos a analizarlo. Imaginad que tenéis una obra de la cual, por A o por B, no queréis cobrar derechos, o sí queréis pero no deseáis registraros en la SGAE. Entonces vuestra obra se reproduce, o se graba o lo que sea, y la sociedad de autores cobra por los derechos de vuestra obra. Como no estáis registrados, ese dinero figura como «no identificado», y a los 5 años se lo quedan si no os registráis en la SGAE y lo reclamáis. ¡Se están lucrando a vuestra costa! Y seguirán haciéndolo.

Por otro lado, ha dicho que, de ese dinero que se quedan, el 80% se reparte entre los autores. Sin embargo, él mismo admite que, de 91.000 socios, únicamente 31.000 perciben alguna remuneración. Eso se llama reparto equitativo y lo demás son tonterías.

Mi segunda pregunta ha sido: «¿No sería mejor que los derechos de autor, como tantos otros derechos que existen, fuesen gestionados por el Estado? Habría más transparencia y mayor control, porque al Gobierno lo elegimos entre todos, y en la SGAE, a parte del hecho ser una sociedad privada, el 90% de los socios no tienen ni voz ni voto». Aquí se ha lucido el señor Ignacio, esgrimiendo argumentos de peso (mosca): «No nos estamos inventando nada aquí, esto se hace así en todo el mundo desde siempre». Ah, bueno, siendo así me has convencido… Después le he mencionado las denuncias y críticas de más de 200 socios por supuestas irregularidades y le he recordado el historial de multas de la SGAE por retención irregular del pago de derechos.

Ahí ya se ha empezado a poner rojo y a levantar la voz ostensiblemente, increpándome que esos socios están expedientados por irregularidades en los programas. Ha sido en ese instante cuando otro señor, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha interrumpido al ponente para preguntarme si yo era alumno del Conservatorio, a lo cual he respondido que sí y se ha callado y ha dejado continuar. Tras esta última intervención, he intentado realizar otra pregunta y el otro caballero (perdonad, pero es que no le conozco personalmente) ávidamente ha concluido la charla «por falta de tiempo», cuando sólo habían transcurrido 15 minutos de preguntas, a lo sumo.

Con la perplejidad que todavía albergaba, me he acercado a ambos mientras el resto de la gente desalojaba el auditorio para averiguar por qué me había preguntado si yo pertenecía al Conservatorio: «no, porque esta charla no está abierta al público«. «¿Y por qué me lo pregunta a mí y no al resto de la sala?» -insisto yo, a lo que responde- «porque a los demás los conozco». Ya, seguro. En resumen, que intentaba echarme, pero le ha salido el tiro por la culata (por cierto, en ningún lugar ponía que fuera cerrada al público). Y ante tal imposibilidad, ha concluido la charla a marchas forzadas porque no le interesaba el cariz que estaba tomando el asunto.

Por eso los de la SGAE ya no acuden a debates, porque carecen de argumentos. Por eso, y porque pueden encontrarse a David Bravo.

¡Felicidades europeos!

Tal día como hoy hace 58 años, Robert Schuman, (entonces Ministro francés de Asuntos Exteriores) presentó la Declaración que lleva su nombre. Se trataba de una propuesta para crear una institución europea supranacional encargada de administrar el carbón y acero, materias primas básicas para cualquier potencia militar del momento. La iniciativa surgía de las ruinas de un contienente destrozado por dos Guerras Mundiales, cansado, dolorido y sobre todo, ansioso de paz. Hoy seguimos conservando esa paz con tanto esfuerzo construida y por eso, cada 9 de Mayo tenemos motivos de sobra para celebrar el Día de Europa, en recuerdo de aquel primer proyecto, verdadero germen de la actual Unión Europea, surgido en un momento crítico de la historia ante el impulso optimista y creador de unos pocos. Os dejo aquí la primera línea de la Declaración de Schuman y el Himno de la Alegría de la Sinfonía No.9 de Beethoven interpretada por Karajan. ¡Felicidades Europa!

«La paz mundial sólo puede salvaguardarse mediane esfuerzos creadores proporcionados a los peligros que la amenazan».