#Naukas17: El sonido del viento

Ya estamos de vuelta de #Naukas17, la séptima edición —que se dice pronto— de Naukas Bilbao. Un nuevo año, un nuevo reto repleto de nuevas incorporaciones, ausencias notables y 2000 localidades por llenar con la receta de siempre: ciencia, escepticismo y humor. Este fue el resultado:

Imagen de Xurxo Mariño.

Además, Almudena, que ha divulgado ciencia no solo en este blog, en Naukas y dando charlas en muchos otros eventos, sino también desde la Expedición Malaspina, el Ártico y Radio Clásica, recibió el Premio Tesla 2017 a la divulgación, junto con Jose Cervera y Daniel Torregrosa.

Imagen de Xurxo Mariño.

Finalmente, esta fue nuestra contribución: El sonido del viento:

Falta una semana para #Naukas17

Falta una semana, menos de 7 días para que vuelva a Bilbao el mayor espectáculo de divulgación científica. Y aunque parezca difícil, este año parece que va a superar todas las expectativas. Este año marcará la diferencia. 

No será, eso sí, por el formato: fieles a la marca, Naukas seguirá consistiendo en charlas de 10 minutos sobre algún tema relacionado con la ciencia, accesibles para todos los públicos y aderezadas con mucho humor. Esta es la fórmula mágica que, año tras año, ha conseguido que el evento vaya creciendo. ¡Y vaya si ha crecido! El segundo año, conseguimos llenar el auditorio principal del Bizkaia Aretoa. A partir del tercero, fue necesario abrir salas adyacentes para que la gente pudiese disfrutar, si no del directo, de un buen streaming. En los últimos años, sencillamente, el edificio ya no tenía capacidad suficiente para semejante afluencia de público. Así que en 2017 le decimos adiós a nuestro ya querido Bizkaia Aretoa y nos mudamos a… ¡el Palacio Euskalduna!


Ahora bien, la mudanza no está exenta de retos. Ahora tenemos unas 2000 localidades que llenar (animaos a venir, ¡hay hueco al fondo!) y un escenario mucho más imponente que pondrá a prueba nuestros nervios de gelatina. Por lo menos los míos, que siempre soñé con actuar en un auditorio como este…

Si bien no ha sido mi piano lo que me ha llevado a semejante escenario, os puedo adelantar que a la charla de este año tampoco le faltará una buena dosis de música. Esta vez, Iñaki y yo actuamos juntos y… sólo os puedo adelantar que es la charla más chula que hemos preparado hasta la fecha. Creedme: no queréis perdérosla.

Pero si no basta con mi palabra, aquí tenéis un buen puñado de razones para presentaros en Bilbao el jueves que viene y no dejar de flipar hasta el domingo. Y, si alguno se queda con ganas de más, puede quedarse una semana más para disfrutar de todos los eventos (Scenio, Science+JMED!) organizados por la Cátedra de Cultura Científica de la UPV que llenarán de ciencia la plaza de Bizkaia hasta el 24 de septiembre.

Periodismo de datos sin datos

(Esta anotación se publica simultáneamente en Naukas)

Me encuentro en Twitter con el siguiente gráfico despropósito de CBS News:

donde se hace referencia al porcentaje de estadounidenses que dice haber probado la marihuana. Evidentemente, los porcentajes no suman 100 % porque se refieren a una misma población en tres instantes temporales diferentes. Evidentemente, digo, si uno lee todo el texto y se para a digerir lo que está viendo, por lo que mostrar una gráfica pierde toda su razón de ser.

Gráficas horribles como esta constituyen, desafortunadamente, la tónica generalizada en los medios de comunicación, con mención especial para la televisión. Pero esta en concreto me ha llamado especialmente la atención porque, paradójicamente, la torpeza en la representación esconde un despropósito mucho mayor que tiene que ver con los datos (o su ausencia, más bien).

Desconozco si CBSN quería decirnos simplemente que mucha gente apoya la legalización de la marihuana, como reza el titular. Si es así, no entiendo qué tiene que ver el porcentaje de gente que la ha probado y, en todo caso, el dato de hoy en día sería más que suficiente. Por el contrario, la elección de la pregunta y los datos históricos sugieren más bien que el número de fumetas se ha disparado peligrosamente (crecimiento de 9 puntos en 19 años y ¡8 puntos en el último año!). Pero independientemente de su intención, la representación de una serie temporal debe hacerse de la siguiente manera:

Además, cuando hablamos de porcentajes, lo ideal es comprimir el eje hasta mostrar la referencia del 0 %:

Desatinos aparte, se agradece que CBSN especifique el margen de error, que es del +/- 4 % (con un nivel de confianza del 95 %, asumo, por lo que podemos inferir que el número de encuestados se sitúa entre 500 y 1000 personas). Una última mejora, por tanto, pasaría por añadir dicho margen de error:

Ahora tenemos una buena gráfica, pero el problema de fondo persiste: estamos haciendo periodismo de datos sin datos. ¿Qué hay entre 1997 y 2016? No lo sabemos (y no sabemos si lo saben), y por tanto no hay manera de interpretar el aparente crecimiento del último año. Podemos hacer, no obstante, el ejercicio de inventarnos unos cuantos datos, aunque sea de manera chabacana, y ver cómo podría cambiar el cuento:

Simplemente he cogido la media de los datos de 1997 y hoy y he generado valores según una normal de desviación adecuada al margen de error. Como resultado, el efecto de crecimiento acelerado desaparece. En definitiva, parece claro que ha habido un incremento desde el año 1997, pero poco o nada podemos decir del incremento del último año.

Disgeusia, lectores compulsivos y niños voladores

(Esta anotación se publica simultáneamente en Naukas)

El otro día tuve un golpe de curiosidad y me dispuse a abordar la lista de correo de Naukas con una pregunta repentina. No sé si os ha pasado alguna vez: sufres algún impacto (fuerte) en la cabeza y, de repente, sientes un sabor como ¿metálico? en la boca. En el fondo del paladar, casi a la altura de la nariz… ¿A qué se debe este fenómeno? Había preguntado a Google, pero creo que me faltaban incluso los términos con que buscar.

En apenas unos minutos, llegó la respuesta de la mano de César Tomé:

Efectivamente, la disgeusia (eso te ayudará con Google) puede aparecer como consecuencia de un golpe en la cabeza (usa concussion y dysgeusia si buscas en inglés). No suele durar más de un par de semanas. Si persiste mucho tiempo después del golpe, lo que indicaría que el daño en un nervio de tu cabeza no se ha recuperado, ya hay que ir al médico.

Tiene la misma base que el sabor metálico que yo siento en las primeras fases de mis resfriados, que empiezan con un entumecimiento del cielo de la boca y un sabor metálico. Eso significa, explicado muy groserísimamente, que se está acumulando mucosidad en los senos, y que está empezando a ejercer presión en los nervios del sistema olfativo, lo que yo interpreto como una modificación del sabor.

De hecho, en mi caso, empecé a moquear y lagrimear también, así que la explicación encaja perfectamente. Pero mi disgeusia duró apenas unos minutos. Como ejercicio de autohumillación, os contaré que mi golpe fue literal: iba tan en la parra escuchando música que me comí una farola en medio de la calle, #truestory.

Esta confesión inmediatamente despertó en la lista una especie de concurso de anécdotas cómicas, que reproduzco aquí con el permiso de los protagonistas. Por ejemplo, la de Francis Villatoro:

Dicen las malas lenguas que en una ocasión en la que yo iba leyendo por la calle (siempre lo hago) choqué contra una papelera de plástico en una farola, reboté, le pedí perdón, y continué andando como si nada. Yo no lo recuerdo. Pero como ocurrió en el campus se supone que hubo varios testigos (seguro que se compincharon para tener una anécdota sobre mí de la que presumir).

O la de Mónica Lalanda:

Lo mío fue peor. Pasé la infancia convencida de que podría volar. El truco era coger suficiente velocidad corriendo y agitando los brazos a máxima velocidad (sí, ya… [¡?]). En fin… en uno de esos ejercicios de despegue, choqué con una farola. Tres puntos en la frente acabaron con mi vida aeronáutica y mi dignidad (el evento es recordado por mis hermanos siempre que pueden… ¡qué jodíos!).

La anécdota de José Ramón Alonso constituye un microrrelato precioso:

Yo también volaba. Movía los brazos con fuerza y, de repente, notaba una resistencia debajo de ellos, el aire parecía espesarse y tenía que empujar más y más hasta que el cuerpo, poco a poco, se separaba del suelo. Me daba miedo así que no me alejaba mucho. Era muy pequeño y cuando fui al colegio, en un pequeño patio rodeado de columnas, un momento en que estaba solo lo intenté pero ya no funcionaba, el cuerpo parecía mucho más pesado y los brazos cortaban el aire sin esfuerzo. Nunca supe qué pasó. (Y no, no fumaba nada).

Y, por último, Arturo Quirantes encontraba su consuelo en las historias de los demás (todos un poquito, en realidad):

Yo también leo como un cosaco mientras ando (y también me alegro de no ser el único). Creo que hay una porra en mi familia sobre cuándo me daré el gran piñazo. De momento gano yo…

De pequeña yo no volaba, pero era una intrépida e innovadora acróbata. Subía a cada columpio dispuesta siempre a encontrar nuevas formas de desafiar la gravedad. Comprobé que las manos eran necesarias para hacer volteretas de manera 100% empírica: cayendo desde lo alto de una altísima (eso me parecía) barra. El golpe en la cabeza no dolió tanto como el que sufrió mi dignidad, así que me levanté con los ojos empapados y no le dije nada a nadie. Tendría 4 o 5 años, pero aún hoy me acuerdo.

En cualquier caso, lo que a mí me pierde es la música. De hecho: el único miniaccidente que he tenido en mi vida con el coche (cuando aún lo usaba) fue por el mismo motivo. Suben los violines y a mí se me nubla la vista, literalmente, así que rocé con el retrovisor al coche de al lado. Sirva en mi defensa que había tres filas de coches sobre solo dos carriles, pero aún así… si Rachmaninov, no conduzcas.

Finalmente, Javier de la Cueva nos ofreció a todos otra ración de consuelo en un relato histórico del despiste:

Veo que la gente de la lista pertenece a una antigua y larga tradición:

«Sócrates.— Es lo mismo que se cuenta de Tales, Teodoro. Este, cuando estudiaba los astros, se cayó en un pozo, al mirar hacia arriba, y se dice que una sirvienta tracia, ingeniosa y simpática, se burlaba de él, porque quería saber las cosas del cielo, pero se olvidaba de las que tenía adelante y a sus pies. La misma burla podría hacerse de todos los que dedican su vida a la filosofía. En realidad, a una persona así le pasan desapercibidos sus próximos y vecinos, y no solamente desconoce qué es lo que hacen, sino el hecho mismo de que sean hombres o cualquier otra criatura. Sin embargo, cuando se trata de saber qué es en verdad el hombre y qué le corresponde hacer o sufrir a una naturaleza como la suya, a diferencia de los demás seres, pone todo su esfuerzo en investigarlo y examinarlo atentamente. ¿Comprendes, Teodoro, o no?

Teodoro.— Sí, y tienes razón.»

Platón. Teeteto. 174 a.

No creo que en Madrid pongan algún día farolas acolchadas, papeleras que cedan el paso, perros guía para lectores empedernidos… pero la próxima vez que me la dé, por lo menos sabré cómo llamarlo: ese sabor en el fondo del paladar es disgeusia.

#LDOnda: Cajas de resonancia

(Esta anotación se publica simultáneamente en Naukas)

Cajas de resonancia

Longitud de Onda (#LDOnda en Twitter) es un programa sobre ciencia y música de Radio Clásica. Este es uno de los programas de la primera temporada.

Qué es lo que oímos

Cajas de resonancia.

Lo que oímos rara vez es el sonido desnudo de los objetos que vibran. Antes de llegar a nosotros, ese sonido se refleja, atenúa o reverbera en cada superficie que lo rodea. Por tanto, lo que oímos es más bien el producto de esos objetos ligados, inseparablemente, al espacio que los rodea. Por eso es tan importante la caja de resonancia de los instrumentos de cuerda, o la acústica de los auditorios: ese espacio, también, forma parte del instrumento, moldea todas las vibraciones que viajan en él, dan forma al sonido.

Si pensamos por ejemplo en una cuerda, su sonido por sí solo apenas sería perceptible. El motivo resulta bastante intuitivo: una cuerda, con su reducido grosor, empuja muy poco aire. Ahora bien, las cuerdas tienen otras cualidades que las hacen valiosas para producir sonidos: su tono está bien definido (es armónico) y es fácilmente modulable. Por eso hoy tenemos pianos, arpas, guitarras, bajos, ukeleles… y una lista interminable de instrumentos de cuerda. Pero si hay algo que todos ellos tienen en común, es una caja de resonancia. 

La caja de resonancia amplifica el sonido al utilizar un elemento con más superficie que la cuerda, que transmite mejor la vibración al aire. Pero esto no es gratis, no es un proceso transparente al sonido de la cuerda, como si pusiésemos un micrófono perfecto delante. La superficie de la caja tiene sus propios armónicos, sus propias formas en las que le gusta moverse (por así decirlo), su propia elasticidad… esto hace que el timbre del instrumento quede profundamente afectado por la caja de resonancia. Es más, casi todo el timbre es, en realidad, responsabilidad de esta caja… pensad en un Stradivarius, por ejemplo: sigue siendo un Stradivarius aunque le cambien las cuerdas. Es su madera y su forma, la caja en definitiva, la que lo define. 

En los instrumentos de viento, por el contrario, el material de construcción resulta mucho menos crítico. Ya no es necesaria una caja de resonancia ya que la vibración se produce en el propio aire desde el principio. En cambio, lo crucial será cómo se genera esa vibración (mediante una caña, doble caña, bisel, boquilla…). La paradoja de los instrumentos de viento es que, precisamente, denominamos mediante un material (viento madera, viento metal), ¡justo los instrumentos en los que el material no tiene mucha relevancia! Esto lleva a mucha gente a pensar que los saxofones, por ejemplo, son instrumentos de viento metal y no: son viento madera, igual que las flautas aunque estén hechas de plata.

En este capítulo de Longitud de Onda hablamos de instrumentos, de cajas de resonancia, de violines y su evolución y de las peculiaridades de los instrumentos de viento y su timbre. ¡Espero que os suene bien!