Encima de estafarnos, nos toman por tontos

Sí, amiguitos, Timofónica sigue haciendo de las suyas. La nueva gracieta que se les ha ocurrido es cobrarnos 0,50€ (0,58€ con IVA) por el «servicio» de identificación de llamadas a partir del 1 de Octubre. Y digo «servicio», entre comillas, porque no es ningún servicio. Es una característica que Telefónica implantó a todos los usuarios sin preguntar desde el año 2001 gratuitamente. Así que no es un servicio, igual que no es un servicio que un parking tenga líneas para delimitar las plazas. ¿Os imagináis que pagáis por entrar a un parking y os cobran un plus por el servicio de «delimitación de plazas»?

Pero bueno, vamos a llamarlo servicio. Resulta que, de repente, quieren empezar a cobrar por este servicio. Os imaginaréis, entonces, que nos darán a todos de baja y luego, el que quiera, que lo pague. Pues va a ser que no. No van a dar de baja a nadie. Se limitan a anunciar el futuro cobro en las facturas del teléfono y, el que no quiera pagar, que se moleste en llamar y dar de baja el servicio. ¡Tócate los cojones!

Y ahí no acaba la cosa, porque hay muchos usuarios que no tienen un teléfono capaz de identificar las llamadas. Por consiguiente, habrá muchos usuarios que seguirán teniendo sin saberlo ese servicio activado aunque no puedan disfrutar de él, y encima se lo van a cobrar.

Por supuesto, las asociaciones de consumidores ya se han puesto a trabajar. A ver qué ocurre.

Encima nos toman por tontos

Así, como suena, porque si no, no se explica cómo han podido hacer el último anuncio publicitario. En BandaAncha.eu dicen que Telefónica roza el engaño, pero de eso nada: engaña y miente. A lo mejor no engaña a las personas que sabemos de lo que habla, pero ese es el resultado que tiene con la inmensa mayoría de la gente.

Para empezar, mienten deliberadamente cuando aducen que son «6 megas de verdad». Todos sabemos que en ningún caso la velocidad real alcanza la prometida. Si no lo logran con 3 megas, mucho menos con 6.

En segundo lugar, engañan cuando identifican esos «6 megas de verdad» con «enviar por mail todas las fotos de las vacaciones» y «los vídeos de tus hijos por mucho que pesen». Los 6 megas, aunque fueran reales, nada tienen que ver con la velocidad de envío, que Telefónica tiene estancada desde hace mucho tiempo en unos míseros 320Kbps (6 megas son 6144Kbps) que, como bien comentan en BandaAncha.eu, se queda en 256Kbps debido al ancho de banda que ocupan las cabeceras TCP.

Así que no, ni son «6 megas de verdad» de bajada, ni el envío de las fotos de tus hijos va a ser rápido. Y si quieres enviar un vídeo, prepárate algo de picar o búscate un buen libro, porque va a tardar un buen rato.

Circo periodístico

Todos estaréis al corriente del desgraciado accidente que ocurrió el otro día en Barajas. No pensaba tratar el tema, la verdad. Pienso que lo mejor es dejar trabajar a los expertos para aclarar el asunto y tratar de que no vuelva a ocurrir. Sin embargo, me veo obligado a hacerlo debido al circo mediático que se ha montado. Los medios de información tienen sus cosas buenas y sus cosas malas; concretamente en la cobertura de tragedias como ésta no muestran su mejor cara, en mi opinión.

A propósito, y dejando a un lado a los medios de comunicación un momento, quiero comentar que me sorprendió muchísimo cómo se pretendía que se hiciera un minuto de silencio en todas las pruebas olímpicas en las que participase un español (¡!). En Pekín. En los Juegos Olímpicos. Una competición deportiva en la que participan todos los países del mundo. La fiesta del deporte. Y parecían molestos porque el COI (siguiendo el reglamento) no accedió a la petición. ¿Qué pretendían? ¿Sólo murió gente en España ese día? Lo que ya no me pareció tan bien fue que se prohibiera a los atletas ponerse un crespón negro. Ahí no le doy la razón al COI. Por mí como si salen a competir con zapatos de payaso. No es problema mío, ni del COI.

En fin, a lo que iba: la prensa. En defensa del llamado «derecho a la información», los periodistas no se cortaron un pelo en perseguir a los familiares que corrían temerosos por el aeropuerto, todavía sin saber qué había pasado. Buscan los testimonios más duros y sanguinolentos, a ese bombero con un nudo en la garganta, a ese asistente sanitario con la voz rota. Tampoco se cortarían con las imágenes de la catástrofe si les dejaran, para que veamos la realidad tal y como es, dicen. Les parece bien mostrar los detalles más escabrosos de la realidad en la prensa y en los telediarios, a la hora de comer, «por el bien de la información». La muerte vende, y más en Agosto, cuando parece que pasan menos cosas y no sabes con qué rellenar.

Lo criticaba hace unos días José A. Pérez en su artículo En directo, desde el infierno, y lo rebatía poco después Ignacio Escolar en La frontera entre información y sensacionalismo. Parece ser que hay quien piensa que si no se nos muestra toda la crudeza de la tragedia no somos capaces de comprender su magnitud. Parece ser que hay quien piensa que la alternativa a informar perdiendo el respeto a la intimidad de las personas, la alternativa a acosar a esos familiares por el aeropuerto, es hacer como que no ha pasado nada. No, señor Escolar. Le tengo en muy alta estima, y por ello me sorprenden estas afirmaciones suyas, esa simplificación absurda, ese mirar para otro lado. Las cosas no se pueden hacer sólo de dos maneras, las cosas se pueden hacer bien, no sólo mal o peor.

Pero no era esto lo que quería comentar. Pongo mi opinión sobre ese asunto ya que escribo sobre el tema, pero, al fin y al cabo, es algo bastante discutible. En realidad, lo que quería criticar es otro circo que se monta en los medios de comunicación paralelamente al anterior: el del morbo, el sensacionalismo y la conspiranoia. Un circo que hace honor a esa España «de bombo y pandereta».

Ejemplos. El mismo día de la tragedia (creo recordar; si no, sería el día siguiente), una reportera salía «informando» de que, unas horas antes del accidente, empleados de la compañía Spanair había enviado un comunicado quejándose de temas laborales. ¿Qué me quiere contar con eso? ¿Que Spanair esclaviza a sus empleados hasta el punto de que no pueden realizar su trabajo? O peor, ¿que en venganza han saboteado el aparato? ¡Venga ya! Como no existen en el mundo empleados descontentos con sus empresas…

Más. Al día siguiente, Spanair fletó un vuelo desde Gran Canaria para que los familiares pudieran viajar a Madrid. Lo normal, vamos. Lo que ya no me parece tan normal, es más, me parece deleznable, es que los periodistas estén acechando para cuando esos familiares bajen del avión en un estado de ánimo presumiblemente bastante tocado, enchufarles el micrófono y preguntarles qué tal ha ido el vuelo. ¿Os imagináis, después de un accidente de tráfico de tantos que hay, a los periodistas apostados en los semáforos preguntando a los conductores qué tal ha ido el trayecto en coche de casa al trabajo?

Y el circo continúa: Un avión de Spanair aterriza en Granada por problemas técnicos nada más despegar. Al parecer, minutos después del despegue el avión volvió al aeropuerto de origen por «un problema de comunicación» del aparato, que podía afectarle en zonas «con mucho tráfico aéreo». Otra que te tiro y no te arreo. ¿De verdad esto es noticia? Pues son los derroteros que los medios de comunicación van a seguir durante unas semanas. Os voy a ahorrar un dinero en prensa y voy a mostraros algunos de los titulares de las próximas tres semanas:

«Un avión de Spanair sale con una hora de retraso por motivos técnicos»

«Un vuelo de Spanair cancelado por problemas técnicos»

«Un trabajador de Spanair molesto con la compañía»

«Spanair pasa con éxito una inspección técnica»

«Un avión de Spanair aterriza en el aeropuerto de ……… por problemas técnicos»

«A un piloto de Spanair le da dolor de huevos durante un vuelo y se toma una aspirina»

Sentido común: el menos común de todos los sentidos

Una niña iraquí se entrega antes de cometer un atentado suicida. La niña tiene 13 años. Habéis leído bien: ¡TRECE años! Luego dirán que la moral surgen de la religión; luego dirán que la religión es ventajosa para el ser humano y que proporciona felicidad. Es posible, incluso probable, que los monstruos que le pusieron ese chaleco explosivo pensaron que le estaban haciendo un bien…

Pero lo mejor no es eso, no. Lo mejor es la interpretación de los estadonidenses. Ojo al dato:

Ahora, el mando militar estadounidense investigará si la niña fue obligada a cometer el atentado. «La información que tenemos es que la niña se acercó a los agentes de la policía iraquí diciendo que llevaba puesto un chaleco y que no quería explotar con él», declaró el teniente Russell. «Si fue obligada a ponerse el chaleco o si lo hizo voluntariamente es lo que estamos investigando», concluyó.

El portavoz estadounidense Jon Pendell ha interpretado la rendición de la niña como una «muestra de que las mujeres iraquíes entienden su importancia en la sociedad y el valor de la vida».

¿Investigación para ver si fue obligada? ¿Estamos de broma? Seguro que se puso ese chaleco para matarse en nombre de Dios, para disfrutar de vírgenes en el paraíso, no te jode… Y la última frase es para enmarcarla: ¿muestra de que las mujeres iraquíes entienden qué? ¡Maldita sea! Es una muestra de que ¡es una niña! que no comprende las supersticiones bárbaras de su sociedad. Por eso llegó asustada diciendo que no quería explotar con él.

Al menos, los redactores de PÚBLICO han tenido la decencia de llamarla «niña iraquí», y no otro calificativo grotesco como los que comentábamos en la anotación anterior de este blog.

Mejora de conciencia

Un pasaje del libro El espejismo de Dios, de Richard Dawkins. Pertenece al capítulo 9, titulado Infancia, abuso y la fuga de la religión.

Ahora quiero mejorar la conciencia de otra forma. Creo que todos deberíamos hacer una mueca de dolor cuando oímos que un niño pequeño es etiquetado como perteneciente a una religión particular o a otra. Los niños pequeños son demasiado jóvenes como para decidir sus puntos de vista sobre los orígenes del Cosmos, sobre la vida y sobre la moral. El propio sonido de la frase «niño cristiano» o «niño musulmán» nos debería dar tanta dentera como las uñas arañando una pizarra.

¿Por qué no permitimos –pues convendréis conmigo en que es totalmente absurdo– que a los niños se les asignen atributos tales como «niño de izquierdas», «niño de derechas», «niño existencialista» o… «niño neokantista» (¡?), y, en cambio, vemos perfectamente normales las expresiones «niño cristiano» o «niño musulmán»? Otro ejemplo más del privilegio absurdo con el que cuentan las religiones.

Tratar de imponer la creencia en la religión es tan arrogante como tratar de imponer la creencia en la ciencia, o en cualquier otra cosa. Es deber de los padres el proporcionar a sus hijos una educación lo más abierta posible independientemente de sus propias creencias. Más adelante, será ese niño el que, con todas las cartas en la mano, forjará su pensamiento y decidirá en qué cree y en qué no.