No participar en la locura

Leí hace ya tiempo en (ese periódico que se ha quedado con el nombre de lo que antes era) El País que los cerrajeros de Pamplona habían acordado no participar en más desahucios. Los motivos… tener empatía, supongo. Pero además, parece que su intervención en estos turbios asuntos ha tenido que aumentar demasiado en los últimos tiempos: de un desahucio al mes, a tres semanales. Y eso que Pamplona no es, precisamente, una de las regiones de España más afectadas por la crisis.

Entre tanta mierda cotidiana, el gesto sorprende. Porque… evidentemente, la responsabilidad de un desahucio no es del cerrajero. Él, como buen artesano, apenas cumple con su trabajo. Ni tampoco de los policías que acuden al domicilio, simples funcionarios. Ni del juez, que sólo aplica las leyes. Ni del currito del banco, que firma el formulario de turno. Ni siquiera del político que obedece la disciplina de voto de su partido. Al final, la responsabilidad no es de nadie, sino del monstruo: de esa «cosa»  que somos todos y que es peor que nadie. Y por eso sorprende cuando algún valiente intenta arrancarle las escamas, de una en una.

Tuve un profesor de filosofía al que le gustaba repetir que si mañana todas las señoras y señores de Madrid saliesen a la M30 a hacer un picnic, la M30 dejaría de ser una autopista. Bastaría con que todos ellos olvidasen para qué sirve el asfalto. Y si mañana, todos nosotros olvidásemos para qué sirve la «deuda», los «intereses», «avales», etcétera, nos parecería una puta locura que unos señores con demasiadas casas que no pueden vender le quitasen la suya a otro señor que no tiene otro lugar en el que vivir. Nos parecería una puta locura que la gente siguiese votando cada cuatro años a los mismos representantes que considera corruptos, tramposos y nocivos en general. Nos parecería una puta locura que la riqueza se redistribuya para ir concentrándose en cada vez menos manos, de los que más tienen.

A veces me pregunto cuántas veces está en nuestras manos negarnos a participar en la locura. Analizar las consecuencias de cada acto, de cada elección y procurar que el motivo último no sea la inercia, la responsabilidad diluida, el «no es cosa mía» o «el mundo funciona así». El mundo, el «sistema», es eso que somos todos… por eso no entiendo muy bien por qué, últimamente, parece peor que nadie.

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