Días extraños

Ayer –bueno, hace un ratito en realidad– fue un día extraño. En un principio no noté nada raro, pues hice lo de siempre: me levanté por la mañana, desayuné, fui a clase, comí, fui a mirar unas prácticas, eran otro día, un ratito en la biblioteca… Lo que viene siendo el día a día. Pero estuviera donde estuviera, siempre había alguien que de repente me miraba y con tono serio me decía:

Hoy es martes 13 –y tras esto, una pausa eterna como esperando una respuesta–.

— ¿¿… y??

Con la primera persona, de repente temí que fuera su cumpleaños y se me hubiera pasado (no sería la primera ni la última vez), pero con el quinto ya uno se mosquea… ¿Qué clase de conspiración es esta?

Son tiempos de código abierto

Hoy, el día en el que Fedora 9 Sulphur ve la luz por fin, he leído una noticia que me ha hecho sonreír. No, no voy a hablar de Linux ni de Windows, sino de cerveza.

Hace tres años, estudiantes de la Universidad IT de Copenhague junto con Superflex (una asociación artística danesa) decidieron colgar en Internet sus recetas para fabricar cerveza, ese secreto tan celosamente guardado por tantos, para que la gente pudiera hacerla y modificarla a su antojo. Rasmus Nielsen, uno de los desarrolladores, reconoció que esta cerveza se creó como medio para transmitir «nociones dogmáticas del copyright y la propiedad intelectual que dominan nuestra cultura». De esta manera, surgía FREE BEER, la primera cerveza de «código abierto».

Los impulsores de este proyecto no eran grandes maestros cerveceros, ni mucho menos. Por ello, en un principio su calidad era baja. Sin embargo, con el tiempo han ido ganando adeptos en todo el mundo, mejorando la receta ostensiblemente. De hecho, gracias a la empresa Flying Dog, ha surgido una réplica similar al otro lado del charco, en EEUU: el Open Source Beer Project.

El mundo se está volviendo de código abierto.

(Vía: Slashdot)

Facilitando las búsquedas en Firefox 3

Si estás usando Firefox 3.0 (y si no, ¿a qué esperas?), verás que en la esquina superior derecha hay una barra de búsqueda donde se pueden añadir una serie de motores de búsqueda que facilitan bastante la vida. Por defecto, viene activado el de Google, pero debéis saber que tenéis una infinidad donde elegir. Os recomiendo la página Mycroft Project, que es como el Corte Inglés de los motores de búsqueda: lo que no encontréis allí, es que no existe.

Sí, es cierto, en versiones anteriores de Firefox también estaba. Sin embargo, la versión 3 incluye una importante mejora en la búsqueda por palabras clave. Antes, había que montar un tinglado importante para que la cosa funcionase. Ahora, es fácil: pincháis en la flechita que hay junto al simbolito de Google en la imagen de arriba y os aparece esto:

Es decir, todos los motores de búsqueda que tenéis instalados. Ahora pincháis en «Administrar motores de búsqueda…», y aparece el siguiente diálogo:

Y aquí viene lo interesante: la columna «Palabra clave» (opción que no estaba en versiones anteriores) te permite añadir fácilmente una palabra clave (valga la redundancia) para realizar búsquedas rápidas directamente en la barra de direcciones. Podéis ver que yo tengo definidas sendas palabras clave para el Diccionario de la RAE (por el Talibán Ortográfico que llevo dentro), Wordreference (para traducir palabras del inglés y al inglés), y la Wikipedia. Son los servicios que más uso después de Google (para Google no hace falta ninguna palabra clave, porque si ponéis cualquier cosa en la barra de direcciones que no sea una URL, busca ese texto automáticamente en Google). ¿Y cómo se usan las palabras clave? De la siguiente manera, vais a la barra de dirección y escribís:

Y, en mi caso, busca automáticamente la palabra «ejemplo» en la RAE. ¿Sencillo y útil, no?

Casualidades

Una divertida casualidad ha hecho que esta mañana, al abrir mi Google Reader, leyese uno a continuación del otro, dos titulares de periódicos distintos: «La ley limitará a los charlatanes”, en Público, seguido de «El hombre que discute con el diablo: José Antonio Fortea, uno de los cinco exorcistas de la Iglesia católica en España” de EL PAÍS. Sólo un poco más abajo, y con el ojo ya hipersensible a la paradoja, el círculo se cerraba con este bonito broche de Público: «La Iglesia acusa a los medios de distorsionar su imagen: La conferencia Episcopal muestra su inquietud por la falta de fe”.

Las casualidades son causalidades poéticas, que establece el ojo donde en realidad sólo juega el azar. Pero me ha parecido un triplete tan bonito, tan optimista que quería compartirlo. Será que hoy me he levantado con buen pie y me creo que la gente cada vez es más lista. Que mientras los de siempre se quedan atrás, mientras que la Iglesia y demás charlatanes insisten en la irracionalidad y la superchería, en su faceta más retrógrada y anacrónica, la sociedad avanza.

A la Iglesia ya no le vale echar balones fuera. «Algo tiene que cambiar para que todo siga igual» que decía Don Fabrizio. Pueden culpar a los medios, al Chachachá, o a la Virgen de Lourdes que les ha abandonado, pero la realidad es otra: el Catolicismo sigue hoy en día anclado en una religiosidad propia de la Edad Media, arrastrando tras de sí supersticiones, arbitrariedades y dogmas autoritarios para adoctrinar a una comunidad de fieles aniñada, asustada y más bien escasita. Pero lo malo, no es la pérdida de clientes. El progreso hacia el laicismo y el ateísmo, es una evolución lógica de las sociedades avanzadas. Lo malo es que hay cristianos que tienen una fe sincera y madura, que necesitan la idea de dios para llevar sus vidas, y esta gente ya no encuentra su lugar en una Iglesia que los niega y pervierte su religión.

Charla de la SGAE, segunda parte

Para los que lleguéis tarde, aquí tenéis la primera parte. Y ahora al turrón. Nos habíamos quedado en el comienzo del turno de preguntas, tras terminar la charla en sí.

Mi primera pregunta (a la yugular, como no podía ser de otra manera), versaba sobre los llamados «recursos económicos» de la sociedad. En el artículo 81 del Título IV de los estatutos de la SGAE podéis leer de qué se componen estos recursos. Son de especial interés las letras f) y g) de dicho artículo (que recientemente, en 2006, fue modificado para reflejar estos puntos). Del primer punto, se desprende que los derechos cobrados por la SGAE cuyos autores no estén identificados pasarán a ser «recursos económicos» de dicha entidad una vez transcurridos 5 años sin ser reclamados. Actualmente, de los ejercicios anteriores a 2007, la sociedad acumula 180 millones de euros sin repartir. Mi pregunta, entonces, es obvia: «¿Qué se hace con este dinero cuando pasan los 5 años y se lo queda la SGAE?» Según Ignacio Casado, esto no es real puesto que ese dinero finalmente se reparte. Añade que lo máximo que él ha visto sin repartir ha sido 5 millones de euros -calderilla, no te jode-. De todas formas, dice que el 20% de ese dinero va para la Fundación y el resto se reparte entre los socios.

El caso es que yo he insistido: «Entonces, algo queda. Y no es poco precisamente. Por tanto, esto quiere decir que la SGAE está cobrando dinero que no le corresponde cobrar; bien por autores que no pertenecen a la entidad, derechos mal cobrados, obras con copyleft, etc.» Más balones fuera: que si los autores deben reclamarlo, que si la abuela fuma… Sobre esto, el punto g) del artículo antes mencionado, dice que los derechos cobrados de los cuales se conoce a los propietarios tienen un plazo de 15 años para reclamarlos. Es decir, que la SGAE no está obligada a llamar a tu puerta y darte tu dinero, sino que tienes que ir tú a reclamar, y si no… sí, amiguitos, se lo quedan.

Otro punto muy curioso que el ponente ha recalcado al menos un par de veces y podéis encontrar también en esta entrevista del Diario de Navarra: «Es importante saber que cuando se utilizan las obras, hay cinco años para poder identificarlas y reclamar esas utilizaciones. Así el autor tiene una garantía de cinco años para reclamar sus derechos, aunque todavía no esté dado de alto en la SGAE o no haya registrado sus obras». Vamos a analizarlo. Imaginad que tenéis una obra de la cual, por A o por B, no queréis cobrar derechos, o sí queréis pero no deseáis registraros en la SGAE. Entonces vuestra obra se reproduce, o se graba o lo que sea, y la sociedad de autores cobra por los derechos de vuestra obra. Como no estáis registrados, ese dinero figura como «no identificado», y a los 5 años se lo quedan si no os registráis en la SGAE y lo reclamáis. ¡Se están lucrando a vuestra costa! Y seguirán haciéndolo.

Por otro lado, ha dicho que, de ese dinero que se quedan, el 80% se reparte entre los autores. Sin embargo, él mismo admite que, de 91.000 socios, únicamente 31.000 perciben alguna remuneración. Eso se llama reparto equitativo y lo demás son tonterías.

Mi segunda pregunta ha sido: «¿No sería mejor que los derechos de autor, como tantos otros derechos que existen, fuesen gestionados por el Estado? Habría más transparencia y mayor control, porque al Gobierno lo elegimos entre todos, y en la SGAE, a parte del hecho ser una sociedad privada, el 90% de los socios no tienen ni voz ni voto». Aquí se ha lucido el señor Ignacio, esgrimiendo argumentos de peso (mosca): «No nos estamos inventando nada aquí, esto se hace así en todo el mundo desde siempre». Ah, bueno, siendo así me has convencido… Después le he mencionado las denuncias y críticas de más de 200 socios por supuestas irregularidades y le he recordado el historial de multas de la SGAE por retención irregular del pago de derechos.

Ahí ya se ha empezado a poner rojo y a levantar la voz ostensiblemente, increpándome que esos socios están expedientados por irregularidades en los programas. Ha sido en ese instante cuando otro señor, de cuyo nombre no quiero acordarme, ha interrumpido al ponente para preguntarme si yo era alumno del Conservatorio, a lo cual he respondido que sí y se ha callado y ha dejado continuar. Tras esta última intervención, he intentado realizar otra pregunta y el otro caballero (perdonad, pero es que no le conozco personalmente) ávidamente ha concluido la charla «por falta de tiempo», cuando sólo habían transcurrido 15 minutos de preguntas, a lo sumo.

Con la perplejidad que todavía albergaba, me he acercado a ambos mientras el resto de la gente desalojaba el auditorio para averiguar por qué me había preguntado si yo pertenecía al Conservatorio: «no, porque esta charla no está abierta al público«. «¿Y por qué me lo pregunta a mí y no al resto de la sala?» -insisto yo, a lo que responde- «porque a los demás los conozco». Ya, seguro. En resumen, que intentaba echarme, pero le ha salido el tiro por la culata (por cierto, en ningún lugar ponía que fuera cerrada al público). Y ante tal imposibilidad, ha concluido la charla a marchas forzadas porque no le interesaba el cariz que estaba tomando el asunto.

Por eso los de la SGAE ya no acuden a debates, porque carecen de argumentos. Por eso, y porque pueden encontrarse a David Bravo.