Apuñalador Automático de Estúpidos™

En estos tiempos que corren, muchos son los que se quejan de que los blogs, foros y, sobre todo, las redes sociales se están convirtiendo en grandes repositorios de estupideces y sandeces variadas. Y no les falta razón. Pero de lo que no se dan cuenta es que esto nos proporciona a su vez una gran oportunidad para hacer de este mundo un mundo mejor. Para ello, he diseñado un completo sistema que revolucionará la sociedad tal y como la conocemos. Se trata del AAE™, o Apuñalador Automático de Estúpidos™, un completo sistema integrado en el ordenador (extensible para tablets, smartphones, etc., conforme se consiga un mayor grado de miniaturización) que cuenta con elementos específicos hardware y software, además de una red distribuida de servidores que permitan el funcionamiento a nivel global.

Red de servidores

Contará con un Sistema Distribuido de Detección de Gilipolleces (SDDG) en forma de servidores repartidos por todo el mundo (con direccionamiento anycast, al estilo de los DNS). Dicho sistema será capaz de gestionar una gran base de datos con todos los usuarios de Internet y será el encargado de recibir los mensajes que dichos usuarios dejan en redes sociales, blogs, foros, etc., para su análisis y clasificación (sin guardar ningún tipo de información personal, por supuesto).

Hardware

Los ordenadores personales deberán incorporar por defecto un chip integrado con Brazo Hidráulico Asesino (BHA); no obstante, se habilitarán interfaces USB y PCMCIA para viejas computadoras. El BHA también requiere la instalación de una cámara web para la detección del gilipollas, aunque se asume que la mayoría de ordenadores ya la traen incorporada.

Software

Se propone un nuevo nivel de la pila de protocolos de Internet que deberán implementar todos los sistemas operativos. Se trata del nivel de Control del Tontolhaba, situado entre los niveles de Presentación y Sesión de la pila OSI y entre los de Aplicación y Transporte de TCP/IP (véase la figura adjunta).

Dicho nivel, que además cuenta con un servicio asociado llamado Stupid Management (SM), o stmd en Linux, analiza las conexiones de forma transparente justo antes de que se envíen al nivel de Transporte. Aquí, la información se divide en dos: por un lado, la comunicación del usuario se realiza con normalidad (p. ej.: se envía un tweet) y, por otro lado, se establece una conexión con el SDDG para analizar el contenido del mensaje.

La conexión con el SDDG se realiza mediante un protocolo dedicado que he tenido a bien llamar Early Stupid Detection Protocol (ESDP), que genera peticiones del usuario al SDDG y recibe respuestas. El formato de las peticiones consta de tres campos: ID único de usuario, aplicación que ha utilizado el usuario para generar el mensaje y el mensaje en sí. Por su parte, el SDDG analiza dicho mensaje y devuelve una respuesta que consta de otros tres campos: ID único de usuario, orden y nivel.

PDU petición: ID Aplicación Mensaje
PDU respuesta: ID Orden Nivel

Las posibles respuestas y sus significados se comentan en la siguiente tabla:

Orden Nivel Significado
OK No se han detectado gilipolleces.
WARNING 1 Aviso: primera gilipollez detectada.
WARNING 2 Aviso: segunda gilipollez detectada.
WARNING 3 Aviso: tercera gilipollez detectada. No quedan más avisos.
KILLUSER 1 Muerte rápida del usuario y sin sufrimiento.
KILLUSER 2 Muerte con moderada ración de sufrimiento.
KILLUSER 3 Muerte larga y agónica.

Así, el usuario contará con un máximo de tres gilipolleces que generarán un aviso por pantalla —WARNING de nivel 1, 2, y 3, respectivamente— sin mayores consecuencias a través del servicio SM. En el momento que se produzca una cuarta gilipollez, el SDDG enviará un mensaje KILLUSER con un nivel de sufrimiento asociado. Es entonces cuando el demonio SM habilitará el BHA en el momento en el que se detecte a través de la cámara web que el usuario está situado a la distancia apropiada.

La burocracia es magia

Iñaki se ríe de mí por culpa de mis fobias. Dice que tengo un miedo irracional a las arañas y a los burócratas. Pero no estoy del todo de acuerdo. Mientras mi temor por esas bestias del diablo con ocho patas (que, como mucho, pueden asesinarte y atraparte en un sudario de seda) podría considerarse un poco exagerado, pienso que mi miedo al personal de administración en general está perfectamente justificado: esos seres sí que pueden joderte la vida o, de entrada, amargártela mucho.

Y es que en su mundo, cualquier cosa es posible: un día te dejan sin carrera por culpa de una fecha incorrecta o pierdes una beca de 4500 € a falta de una firma en el recuadro 3 (que dices tú: ¡coño! ¡qué pedazo de autógrafo!). En este extraño contexto, sencillamente, los efectos jamás siguen de forma lógica a las causas. Es decir: la burocracia es magia. De la negra, añadiría.

Y todo esto os lo cuento porque estoy hasta las coletas de que unos seres rodeados de tampones y montañas caóticas de folios, retengan mi título de licenciada, impidiéndome así poder ir a hablar con otros seres tamponiles a gestionar nuevos trámites absurdos (a lo tonto, quizás me estén haciendo un favor). El 21 de junio hice mi última entrega: virtualmente «terminé» la carrera. Pues bien, desde entonces llevo pegándome por turnos con los distintos responsables de: 1) subir mis notas al expediente de Granada (sólo tardaron una semana, tiempo récord); 2) firmarlas (otros 10 días: creo que tuvieron que esculpir la firma en mármol o algo así); 3) mandar esos numeritos a Madrid; 4) subir esos mismos numeritos al expediente de Madrid. ¿Sencillo no? Pues ya ha pasado un mes y sin resultados.

Y es que hace dos semanas cometí el grave error de desentenderme de todo este proceso, dando por hecho que los dos últimos pasos eran triviales. Era cuestión de esperar a que mis notas firmadas llegasen a Madrid. El martes, alarmada por la lentitud de Correos (tardan como un millón de veces más que Gmail), decidí llamar por teléfono a las secretarías de Madrid y Granada para ver en qué había quedado la cosa: «Hola Madrid, ¿tienen mis notas?» (no), «Granada, ¿han mandado mis notas?» (sí), «Madrid ¿pueden haber perdido mis notas? ¿han mirado bien debajo de la cama?» (no y sí respectivamente), «Granada, ¿adónde han enviado las notas?». Tras 20 llamadas consecutivas y cuando ya empezaba a sentirme como aquella niña fea del colegio que siempre hacía de Celestina pasando las notitas de los demás en clase, conseguí enterarme: al parecer es probable que el dichoso documento siga perdido en algún buzón de Correos porque el responsable de secretaría de la facultad de Granada no apuntó bien la dirección de Madrid. De risa. Sin embargo, en un último momento de debilidad, cometí otro grave error: cansada de «pasar notitas», decidí facilitar a los responsables de estas gestiones sus respectivos teléfonos. Y sí, lo considero un grave error, ya que ahora no tengo control sobre la información que intercambian. Ciertamente, les creo capaces de perder el número, de comerse el cable del teléfono o de confundirse y gestionarlo todo con el de la pizzería por error. Hasta tal punto ha llegado mi paranoia.

Y sin embargo, no tengo nada en contra del personal de secretaría. Jamás se me ocurriría levantarles la voz (como no se me ocurriría levantarle la voz a Saruman, por otra parte). Son sólo humanos que gestionan mil millones de papeleos de mil millones de alumnos burocratofóbicos como yo al día. Es lógico que tarden y que cometan errores. Pero digo yo… coño, a estas alguras del siglo XXI ¿no hay una forma mejor de hacer las cosas? En serio, no hace falta una inteligencia creativa para pasar unas notas a un expediente, poner un garabato y mandarlas a otra ciudad. Debería ser algo trivial y automático. Por favor: ¡ingenieros, científicos!, ¡futuros estudiantes del PFC!, ¡gente capaz e inteligente en pos de un mundo mejor! ¿Para cuándo un personal robótico para la administración de este tipo de gilipolleces? Ya estáis tardando demasiado.

Los peligros ocultos de cocinar en microondas

Desde hace ya bastante tiempo, anda circulando por Internet un texto bastante extenso y pretendidamente científico (con numerosas citas a supuestos estudios) titulado de la misma forma que el presente artículo: Los peligros ocultos de cocinar en microondas. Con una simple búsqueda, pueden encontrar innumerables copias, tanto del artículo original en inglés como de su traducción (bastante cochambrosa, por cierto) al castellano (aquí hay una, por ejemplo).

Pues bien, en el fantástico blog El Tamiz, su autor, Pedro, ha realizado una perfecta disección [¡peligro!, ¡artículo largo!, ¡leer cansa!] de indispensable lectura de este texto —Pedro es más correcto en las formas, pero yo no lo voy a ser— falso, falaz, magufo y tendencioso, lleno de invenciones y citas a artículos inexistentes o de nula calidad científica. La conclusión es clara, y un lector mínimamente avispado la intuiría tras leer las dos primeras frases del artículo original:

Mi conclusión, por lo tanto, es que el artículo no tiene la menor base científica creíble y que contiene las suficientes incorrecciones o manipulaciones para que, además, desconfíe de cualquier otro texto escrito por los mismos autores si me lo encuentro en el futuro. Tiene varias características de texto pseudocientífico y así lo calificaría yo.