Categoría: Opinión
Artículos de opinión e idas de olla varias, en su mayor parte sobre temas de política y sociedad.
Sobre la huelga: los puntos sobre las íes
Sobre la huelga: una de demagogia
¿Y si todos nos tiramos a la calle, para exigir que nos rebajen el tipo de interés de las hipotecas, que nos quiten ese maldito euríbor?
(Un joven treintañero cualquiera, vía Todos quieren teta. ¡Mi hipoteca también!)
Sobre la huelga: carta abierta
Os traigo una perla para la reflexión extraída del blog de nuestro amigo Kelzo. Es una carta abierta de un camionero, escrita por alguien que no es camionero. Sí, lo sé, en algunos puntos no es justa y en otros exagerada, pero también dice unas cuantas verdades como puños. Es una visión simplista, tal vez, pero es lo que se ve desde fuera. La intención de la siguiente carta es atraer al otro punto de vista, el del huelguista.
Saludos desde la cabina,
Esta mañana me he despertado temprano, me he cogido el camión y me he echado a la calle con la idea de joder un poco al personal. A ver si la gente se entera de una vez de las condiciones en las que tengo que vivir desde hace ya un tiempo, el mismo tiempo que hace que el gasóleo no para de subir.
¿Cómo leches voy yo a prever que esto podía pasar? Para eso fui a votar hace unas semanas…, ¡para que alguien prevea por mí! Aunque ahora que lo recuerdo creo que no fui a votar, que había partido ese domingo (¿cómo se les ocurre poner las elecciones el mismo día que el fútbol?), pero ese es otro tema…
El caso es que ahora que nos va mal el amigo ZP nos tiene que echar un cable, que ya vale de tanta hostia. Lo estamos pasando fatal y no quiero ser egoísta, pero es que la crisis de la contrucción y la continua subida del Euribor no son nada comparado con lo que yo tengo que sufrir.
Sin ir mas lejos, en vez de quedarme con los brazos cruzados (en contra de lo que muchos piensan) llevo semanas haciendo horas extra por las tardes en la tragaperras del bar a ver si me saco ese piquito del sueldo que estoy perdiendo con lo del petróleo. Porque eso de apretarse el cinturón a los tíos que pesamos 120Kg nos cuesta bastante, créanme.
Para colmo, la Yoli casi me deja cuando le he dicho que va a tener que restringir sus visitas al peluquero a una por semana, y espérense a que le cuente que este año las vacaciones van a ser en un hotel de sólo 3 estrellas…
¡En qué se ha convertido este país!, ya no se valora la buena formación (ahí donde me veis en 4 semanas me saqué la licencia para el camión) ni los años de experiencia, que en una profesión como la mía significan tanto.
Por eso hemos decidido yo y mis compañeros no trabajar y no dejar trabajar, para reivindicar lo bien que trabajamos y pedir ese trato de favor que hace ya tiempo que nos merecemos (seamos sinceros, lo de los pescadores y agricultores es todo una farsa).
Así que nada, sintiendo mucho las molestias que pueda haberles causado en carretera (compréndanlo, si yo estoy jodido lo menos que pueden hacer es joderse ustedes también, un poco de humanidad por favor) me despido atentamente.
Sin rencores ¿vale? Un abrazo.
Gustavo “el siestas”
Trabajar 13 horas al día
No tengo mucha idea de economía. Lo sé, lo reconozco. Quizás alguien que la tenga se me echará al cuello, alegando mil incorrecciones y detalles a precisar. Sin embargo, sí creo haber entendido la visión simplista de la historia y creo que es precisamente renunciando a los detalles como el absurdo de este sistema queda más claramente al descubierto. Os presento por ello la historia del capitalismo en forma de cuento, a ver en qué puntos podemos coincidir.
Un costurero tiene una tienda con 10 trabajadores a su cargo. Su negocio, puramente artesanal, produce 100 camisas y cada costurero trabaja… pongamos 8 horas al día. El trabajo es difícil, la producción pequeña y el género caro, con lo cual es díficil que la tienda prospere. Pero llega un maravilloso invento llamado máquina de coser que facilita mucho las cosas. El costurero es capaz de producir muchas más camisas, pongamos 200, mucho más fácilmente. En un principio esto parece redundar en beneficio de todos (cómo no): las camisas tienen un precio asequible, se venden bien, los trabajadores ganan más que antes. Pero ante la mejoría exponencial de las nuevas tecnologías el empresario se encuentra produciendo 1000 camisas que ya no puede vender tan fácilmente y teme que los stocks de mercancía provoquen el derrumbe de su precio.
Ante este problema tiene varias posibles soluciones:
- Trabajar la mitad, reducir la jornada laboral de sus trabajadores, dedicarse a regar su jardín y mantener un nivel de vida aceptable.
- Despedir a la mitad de los trabajadores aumentando así sus beneficios y, simultáneamente, fomentar el consumo de sus producto mediante campañas de publicidad y valores «ficticios» que evitan que el precio de sus camisas se derrumbe (la marca, la moda, lo nuevo, la imagen… en el capitalismo de consumo).
Muahahaha. La avaricia humana no conoce límites, todos sabemos que cualquier empresario competente eligiría la segunda opción. He aquí el nacimiento del paro y de la «optimización» de la producción que resulta en la acumulación de la riqueza en manos de cada vez menos gente. Que haya paro significa que hay un exceso de mano de obra. Ley de la oferta y la demanda. El empresario sabe que puede hacer que el trabajador se emplee más horas (es más barato un trabajador empleado durante 16 horas, que dos durante 8 horas) y cobre menos, temeroso de perder su empleo. Además, a estas alturas, se trata de un trabador en serie, alienado, que realiza labores sencillas en una cadena, por tanto es perfectamente sustituible.
En una situación así, la mano de obra es tratada como una mercancía más del sistema de producción. De ahí los abusos a los que se sometía al proletariado durante el capitalismo de producción más agresivo. Pero aquello por suerte, no podía durar y pronto surgió la unión de los trabajadores, la lucha por sus derechos, la conciencia de una nueva clase social: el proletariado. Sólo unido podía tener alguna fuerza frente al empresario, que de hecho necesita trabajadores. Cuando éstos se negaron a competir entre sí, cuando supieron ver que formaban un colectivo, que debían apoyarse y luchar por sus compañeros para luchar por sí mismos, pudieron alcanzar muchos de los derechos laborales que aún disfrutamos hoy.
Por ahora: Leo espantada que los ministros de Trabajo de la UE han llegado a un acuerdo para que cada Estado miembro pueda modificar su legislación y elevar la semana laboral vigente de 48 horas hasta 60 horas o incluso 65 en determinados casos. ¡Trece horas trabajando de lunes a viernes! Un derecho conquistado hace 91 años, gracias a la Organización Internacional del Trabajo, se tira a la basura sin que medie debate político, sin que nada tengamos que decir desde aquí abajo. La noticia en EL MUNDO, parece intentar ser tranquilizadora:
«No obstante, se contemplan una serie de salvaguardas para garantizar que los trabajadores aceptan el ‘opt-out’ voluntariamente y no forzados por temor al despido. El empresario deberá obtener un consentimiento por escrito del trabajador para trabajar más de 48 horas. La validez del consentimiento no podrá ser superior a un año y será renovable».
¡Y qué! Un papel firmado, ¿qué tipo de garantía es esa? Hace 100 años sabíamos que un trabajador individualmente carece de ninguna voz, ninguna fuerza, ¿acaso ya se nos ha olvidado? Y no sólo eso: es que incluso en el caso de que un trabajador quisiera extender su jornada laboral ad infinitum y renunciar a todos sus derechos laborales, la ley debe estar ahí para impedírselo, pues una actitud como esa perjudicaría al resto de los trabajadores, forzándoles a renunciar a sus derechos ante la presión de la posible competencia.
El PSOE se opone a esta medida, claro ¡faltaría más! Si de socialistas aún les queda por lo menos la vergüenza, deberían estar subiéndose por las paredes. Por eso tampoco entiendo su actitud de abstenerse en una votación en la que deberían haberse posicionado claramente en contra, tras cortarle la mano al que dispone semejante urna. Pero el PSOE responde tibiamente (palabra espantosa donde las haya) y en casa cambiamos de canal el televisor. Hoy parece que ni algo así nos asusta, no creemos que tenga que ver con nosotros, total qué le vamos a hacer ¿no?. Y quizás sea porque, ¿será cierto?, los ideales han muerto del todo, ya sólo quedan individuos. ¿Será cierto?, ya nadie cree que podamos cambiar el mundo. Y ése es precisamente el único motivo de que no podamos mejorarlo.