Cuando Bertrand Russell fue encarcelado por oponerse a la entrada de Inglaterra en la Primera Guerra Mundial, el alcaide de la prisión le preguntó cuál era su religión (una pregunta rutinaria por aquel entonces en todos los ingresos). Russell le respondió que era agnóstico. El alcaide, como no conocía la palabra, tuvo que pedirle que la deletreara; después, suspiró y dijo:
—Bueno, hay muchas religiones distintas, pero supongo que todos adoramos al mismo Dios.
Russell cuenta en su autobiografía que aquel comentario le mantuvo animado durante semanas.
Chopin es sin duda el autor que mejor encarna el estereotipo del compositor romántico. Pianista, tímido, enamorado, enfermo de tuberculosis durante toda su vida, hasta que la enfermedad acabó con él a los 39 años… Su nombre es probablemente de los primeros que aparecen en nuestra mente al hablar del Romanticismo y sin duda el primero cuando alguien menciona el piano. Piano es Chopin y Chopin es piano, hasta el punto de que raro es el pianista que no se enroló en este gremio con la ilusión adolescente de llegar a tocar un día sus obras.
Adolescente… sí, como el propio romanticismo. Adolescente como sólo lo es ese dolor lastimero, autocomplaciente, desgarrado, que nos lleva a escribir poemas a una princesa de 16 años. Ese dolor idealizado e idealizante, que se siente por el mero gusto de padecerlo, de regodearse en él, un dolor visceral, irreflexivo, un dolor, en fin, profundamente egoísta y apasionado, como sólo lo son los adolescentes.
Quizás por ello, a la mayoría, Chopin se nos cura con el paso del tiempo. Pero siempre quedarán obras, como este nocturno, mi preferido, que nos recuerden por qué empezamos a tocar el piano. Son símbolos, son banderas, de las que quizás ya no estemos enamorados, pero a las que les somos fieles para siempre, como a las princesas de 16 años.
(La nostalgia ya no es lo que era…)
Actualización (13/09/09): A sugerencia de Ton petit cadavre he sustituido la interpretación de Lugansky por la de un pianista que, hasta ahora, no conocía, pero me ha sorprendido gratamente: Alexandre Moutouzkine.
En TerceraCultura he dado con una conferencia de Fernando Savater (parte 1, parte 2 y parte 3) donde expone una idea bastante interesante: las teorías religiosas son falsas no porque se pueda demostrar su falsedad (que, ante un teólogo lo bastante entrenado, no se puede) sino porque nada que sucediese en el mundo real podría desmentirlas; siempre aparecería un plantemiento religioso lo bastante ambiguo y lo bastante imaginativo para dar una explicación al suceso (los designios del señor son inescrutables, ya sabéis). El mejor ejemplo de todos es el de los creacionistas, según los cuales los huesos de los dinosaurios fueron enterrados ahí por Satanás, para poner a prueba la fe de los hombres. No sucede así con la ciencia, que, ante los restos mágicamente momificados de Adán y Eva, estaría dispuesta a replantearse unas cuantas cuestiones.
Os dejo aquí un fragmento transcrito de la conferencia para vuestra comodidad.
La religión, si decimos que es falsa cuando habla de hechos, lo decimos en el sentido de que no se puede aceptar como explicación de ningún hecho una teoría que no puede ser desmentida por ninguna circunstancia real. No hay nada en el mundo que pueda pasar que no pueda ser explicado por la religión. Por eso la religión es falsa, como explicación de los hechos. […] Nadie puede imaginar qué acontecimiento de la realidad podría llevar al abandono de la teoría de que Dios creó el mundo en 6 días, o en lo que sea con tales y con cuales propósitos… ¡es imposible! […] No hay modo alguno de encontrar un suceso que pueda falsificar una doctrina religiosa, claro, como tampoco hay un suceso que pueda falsificar el Quijote de Cervantes o Ana Karenina de Tolsoi. […] No se puede desmentir a Cervantes, ni se puede desmentir a la Biblia, ni se puede desmentir el Corán, porque no están en ese plano de la cosas que se pueden verificar.
Entonces, mientras no entren en el terreno de la descripción del mundo, mientras a mí no me pretenda explicar de dónde viene el cosmos, su explicación, como sentido genérico espiritual de lo que yo vivo y conozco, no tiene problema; en el momento en que se me presenta como una alternativa a lo que hace el MIT en Massachussetts, ya, ahí, no me lo puedo creer porque está actuando en un terreno que no es el suyo, es decir, está utilizando su invulnerabilidad como poesía para presentarse como certeza como ciencia.
«El Catecismo de la Iglesia es partidario […] de evitar toda marca de injusta discriminación contra las personas homosexuales». Pero «con una declaración de valor política», se «pedirá a los Estados y a los organismos internacionales de control de los derechos humanos que añadan nuevas categorías [de personas] protegidas, sin tener en cuenta que, al adoptarlas, crearán nuevas discriminaciones«.
No creo que haya ninguna mujer a la que le guste abortar, así que lo que hay que hacer es ayudarla a que no lo haga en vez de facilitarle el hecho del aborto.
La masturbación femenina es más arriesgada que la masturbación masculina […]. A veces la mujer se mete los dedos, o incluso objetos que pueden ser peligrosos. Especialmente dado que el himen es tan sensible, y jugar con él podría rasgarlo […]. De esta forma, la mujer queda expuesta ante acusaciones de fornicación […]. Algunos cercanos podrían incluso matarla […]. Obviamente, ese crimen está prohibido y sería un grave pecado. Incluso si ha fornicado, una mujer no merece ser asesinada. Como mucho, debería ser azotada.
Yousuf Al-Qaradhaiw, Sheik sunnita, hablando en un vídeo sobre la masturbación femenina. A esto no soy capaz de darle una perspectiva humorística, ni siquiera puedo imaginar cómo se masturbarán las mujeres en su país para romperse el himen, así que así se queda.