El pasado curso, un profesor con el que llegué a tener cierta confianza, solía confesarme que sus alumnos cada vez le parecían más idiotas. Pese a lo razonable de sus argumentos, a mí, el pesimismo crónico (eso que tanto se lleva entre la intelectualidad) siempre me ha parecido tan infantil como el optimismo de Heidi entre las flores. Por eso y porque, como digo, llegué a tener cierta confianza con él, yo solía contestarle que sus alumnos no eran cada año más idiotas: que era él quien, curso tras curso, se hacía más viejo. Sus alumnos eran siempre igual de idiotas.
Hoy tengo que admitir que le debo una grave disculpa a este gran sabio y mentor. Es probable que sus observaciones fueran mucho más acertadas de lo que yo creí en su momento, cegada por mis propios prejuicios. Sin embargo, he encontrado hace poco en Youtube una sensata explicación para este acuciante fenómeno, observable en tantos ámbitos de la vida cotidiana y en pruebas tan palpables como el último anticonceptivo homeopático (si bien quiero pensar que el anuncio es una broma: a veces cuesta distinguir entre la ironía y la genuina idiotez). Con todos ustedes, la idiocracia:
(Se nota que ha llegado octubre y yo debo volver a gestionar papelajos… sólo de pensarlo, me da por meditar sobre la idiotez general, así, en abstracto)