El médico que se anestesiaba a sí mismo

La interrupción del dolor ha sido una búsqueda constante de la medicina desde tiempos ancestrales y uno de los descubrimientos que han permitido su espectacular desarrollo a partir del siglo XIX. Sin embargo, fue precisa una larga evolución hasta disponer de una anestesia segura y controlable.

Ya en la antigüedad se intentaron utilizar distintos métodos para poder intervenir a los pacientes sin dolor (o, más bien, con «menos» dolor). Desde la costumbre de comprimir la carótida del paciente para dejarlo en un estado comatoso (año 3000 a.C.), a los diversos narcóticos vegetales, como la adormidera, la mandrágora y el hachís; usados por la civilización mesopotámia y, siglos más tarde, en la Europa de la Edad Media, el opio y el alcohol. Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX que se empezó a experimentar sistemáticamente con distintos gases y productos sintéticos más eficientes para generar la tan deseada anestesia.

Uno de los primeros intentos se llevo a cabo con óxido nitroso, más conocido como gas de la risa y utilizado en un primer momento como droga o mero entretenimiento. Horacio Wells fue quien descubrió sus efectos anestésicos en 1844, para aplicarlos con éxito inmediatamente a su propio dolor de muelas. No quiso patentar su descubrimiento alegando que el alivio del dolor debía ser tan gratuito como el aire. No obstante, los efectos no siempre predecibles de este gas y sus propiedades inflamables forzaron el fin de su utilización.

El gran éxito llegaría con el cloroformo a partir de la década de 1840. Cuentan que la primera mujer que pudo disfrutar de un parto sin dolor gracias a este gas quedó tan agradecida que decidió llamar a su hija «Anestesia». Sin embargo, este potente producto no estaba exento de riesgos. El británico James Simpson ha pasado a la historia de la medicina como el primer doctor en utilizar cloroformo en una cirugía. Pero su método, basado únicamente en el producto, sin un control de dosis o de tiempos, provocaba que muchos de sus pacientes no volviesen a abrir los ojos tras la anestesia. Habría que esperar a que John Snow, un médico mucho más metódico y meticuloso, idease un método seguro para aplicarla.

John Snow fue un médico inglés de origen humilde. Hoy se lo conoce, sobre todo, como el padre de la epidemiología moderna. Precisamente gracias a este talento metódico y ordenado, pudo descubrir, a mediados del siglo XIX, el modo en que se contagiaba el cólera a través del agua, debido al deficiente sistema de alcantarillado del Londres de aquella época. Sus investigaciones implicaron un mapa y un concienciudo estudio de campo, pero para conocer los detalles os recomiendo leer el relato que hace Steven Johnson en El Mapa Fantasma. En este mismo libro, Johnson cuenta cómo John Snow pudo estudiar la dosificación del cloroformo a falta de otro material que no fuese su propia paciencia y un cuaderno de apuntes: al parecer, el médico inhalaba las diferentes dosis del gas, para caer inconsciente y cronometrar el tiempo que tardaba en volver a despertar. Tras semejante investigación, llegó a alcanzar tal grado de maestría que la propia reina Victoria le encargó que la asistiese durante su segundo parto. Sin embargo, no deja de parecerme cómica la imagen del pobre médico, cronómetro en mano, cayendo en redondo, dosis tras dosis, sobre la mesa de su escritorio. Probablemente, sería algo parecido a esto:

Actualización 13/04/02: Al parecer, también hoy en día hay científicos que se dedican a experimentar consigo mismos… y no precisamente en busca de placer.

Cómo fabricar dedales en el fondo del mar

(Esta anotación se publica simultáneamente en Amazings.es)

El 71 % de nuestro planeta azul está cubierto por agua salada. Se trata de un manto de fondo irregular que alcanza, en su mayor parte, más de 4000 m de profundidad. Esto significa que el océano abisal que se extiende a partir de este punto (su nombre es de origen griego y significa «sin fondo», como «abismo») es, sin competencia, el mayor ecosistema de la tierra. Sin embargo, es también uno de los más desconocidos.

Según contaban los oceanógrafos de la Expedición Malaspina, sabemos menos sobre el fondo del océano que sobre la superficie de la Luna. Y no es de extrañar, ya que llegar hasta allí resulta casi tan difícil y requiere las mismas inversiones astronómicas (o abisales, en este caso) que la carrera espacial: solo que, en este caso, los ingenieros han de enfrentarse a las tremendas presiones (de 100 atmósferas por cada mil metros), las bajas temperaturas y la total oscuridad en lugar del vacío espacial o la ausencia de gravedad. Pocos países tienen la capacidad tecnológica para llevar a cabo semejante empresa. Tanto es así que, hasta la fecha, sólo un sumergible tripulado ha sido capaz de alcanzar el fondo del abismo Challenger, por ejemplo: 9 años antes de que el hombre pisara la Luna, Jacques Piccard y Don Walsh a bordo del batiscafo suizo Trieste alcanzaron los 10.911 m de profundidad en la fosa de las Marianas, un récord todavía no superado. Quizás no lograron la popularidad de Armstrong y Aldrin, pero eso es sólo porque aún no se han escrito teorías conspiranoicas sobre su hazaña (crucemos los dedos).

Con todo, aunque no podamos viajar hasta allí, el fondo del océano sí tiene una ventaja sobre la superficie de nuestro satélite y es que, si bien es imposible lanzar una cometa para que nos traiga rocas de la Luna, sí existen aparatos científicos como la roseta que, pendientes de un cable, son capaces de sumergirse en el océano abisal y traernos muestras de ese mundo desconocido. En ello se basa la exploración del océano profundo llevada a cabo por los científicos de la Expedición Malaspina: gracias a sus redes, botellas y sensores, han sido capaces de rescatar organismos medio alienígenas, agua cargada de microorganismos desconocidos, pequeñas pistas e instantáneas de un mundo tan distinto del nuestro, sí, como la superficie de la Luna.

¿Y qué tiene que ver todo esto con los dedales? Pues bien: mientras los biólogos y ambientólogos del Hespérides tenían bastante que indagar en sus muestras de agua, Elena Tel, una de los físicos de la expedición, ideó una manera de ejemplificar y explicar a sus compañeros las grandes presiones que soportan los seres abisales: para ello, compró un montón de vasos de poliestireno expandido, (los que se suelen utilizar para beber café) y los metió en una red atada a la roseta. El poliestireno es ese material plástico con burbujitas blancas que se utiliza en todo tipo de embalajes (también conocido como porexpán o corcho blanco). Debe su ligereza al gas que forma esas burbujas. Muchos habréis visto cómo este material parece desaparecer cuando se lo disuelve en acetona: el gas que contiene se libera revelando el verdadero volumen del porexpán desinflado. Pues bien, lo mismo sucede cuando se lo somete a altas presiones como las que soporta la roseta en el océano a más de 4000 m de profundidad: las burbujas se desinflan y cada vaso reduce paulatinamente su tamaño hasta convertirse en apenas un dedal. Si además viaja a bordo un artista como Luis Resines (el autor del cómic de la Expedición Malaspina), el experimento dará lugar a resultados tan variopintos como los de las imágenes. Un bonito recuerdo de uno de los pocos rincones de este planeta que aún quedan por explorar.

La divina representación

Una representación es una ficción que produce realidad

(Félix de Azúa define «representación» en su Diccionario de las artes)

Toda representación es posible gracias a la aceptación tácita de una mentira necesaria para real-izar aquello que sólo es ficticio (a veces, una abstracción). Se entiende así que no sólo Hamlet, sino también las naciones y Dios necesiten representantes. La ficción dura mientras todos los participantes, incluído el público, la acepten como real, mientras decidan compartir y acatar las normas del juego. Entre tanto, DiCaprio podrá ser Romeo siempre que lleve las polainas. Urkullu (o Arnaldo Otegi o la AVT) podrán contarnos los deseos del «pueblo vasco», declamando sobre el nudo de su corbata. Así también, Benedicto XVI, un viejo por lo demás bastante flácido y paliducho sin su báculo y su mitra, puede dictaminar los designios de Dios. Puede, incluso, cantarnos sus espectaculares ofertas de verano: «absolución de los pecados», «Cielo express: conexión directa con el Señor», «¡¡Perdón para las abortistas!! (promoción limitada)». Todo sea por el bien de su gran función, no vaya a ser que se complete el aforo (cosa que viene pasando).

Y no me parece mal, que conste. Siempre fui una gran amante del teatro. Gracias a él he sido monja, pastorcilla, nazi y flor (cómo molaba el cole). Las rebajas de ficción son lo mejor, sobre todo en ciertas librerías. Las que me tocan las narices son las otras: las rebajas de verdad las que, ¡oh novedad! van a salir de las arcas públicas. Me toca las narices tener que pagar cinco veces más en el metro por no viajar alucinada por Madrid. Me toca las narices que se hayan gastado 25 millones de dinero público, sin contar con los beneficios fiscales (hasta el 80%) concedidos a las empresas privadas patrocinadoras de la función. Me toca las narices la cesión de espacios públicos, las entradas gratuitas del Reina Sofía, los descuentos al por mayor…

Coño, que yo en el cole me pagué el disfraz de margarita. ¿Alguien me explica por qué Dios habría de ser especial?

Apuñalador Automático de Estúpidos™

En estos tiempos que corren, muchos son los que se quejan de que los blogs, foros y, sobre todo, las redes sociales se están convirtiendo en grandes repositorios de estupideces y sandeces variadas. Y no les falta razón. Pero de lo que no se dan cuenta es que esto nos proporciona a su vez una gran oportunidad para hacer de este mundo un mundo mejor. Para ello, he diseñado un completo sistema que revolucionará la sociedad tal y como la conocemos. Se trata del AAE™, o Apuñalador Automático de Estúpidos™, un completo sistema integrado en el ordenador (extensible para tablets, smartphones, etc., conforme se consiga un mayor grado de miniaturización) que cuenta con elementos específicos hardware y software, además de una red distribuida de servidores que permitan el funcionamiento a nivel global.

Red de servidores

Contará con un Sistema Distribuido de Detección de Gilipolleces (SDDG) en forma de servidores repartidos por todo el mundo (con direccionamiento anycast, al estilo de los DNS). Dicho sistema será capaz de gestionar una gran base de datos con todos los usuarios de Internet y será el encargado de recibir los mensajes que dichos usuarios dejan en redes sociales, blogs, foros, etc., para su análisis y clasificación (sin guardar ningún tipo de información personal, por supuesto).

Hardware

Los ordenadores personales deberán incorporar por defecto un chip integrado con Brazo Hidráulico Asesino (BHA); no obstante, se habilitarán interfaces USB y PCMCIA para viejas computadoras. El BHA también requiere la instalación de una cámara web para la detección del gilipollas, aunque se asume que la mayoría de ordenadores ya la traen incorporada.

Software

Se propone un nuevo nivel de la pila de protocolos de Internet que deberán implementar todos los sistemas operativos. Se trata del nivel de Control del Tontolhaba, situado entre los niveles de Presentación y Sesión de la pila OSI y entre los de Aplicación y Transporte de TCP/IP (véase la figura adjunta).

Dicho nivel, que además cuenta con un servicio asociado llamado Stupid Management (SM), o stmd en Linux, analiza las conexiones de forma transparente justo antes de que se envíen al nivel de Transporte. Aquí, la información se divide en dos: por un lado, la comunicación del usuario se realiza con normalidad (p. ej.: se envía un tweet) y, por otro lado, se establece una conexión con el SDDG para analizar el contenido del mensaje.

La conexión con el SDDG se realiza mediante un protocolo dedicado que he tenido a bien llamar Early Stupid Detection Protocol (ESDP), que genera peticiones del usuario al SDDG y recibe respuestas. El formato de las peticiones consta de tres campos: ID único de usuario, aplicación que ha utilizado el usuario para generar el mensaje y el mensaje en sí. Por su parte, el SDDG analiza dicho mensaje y devuelve una respuesta que consta de otros tres campos: ID único de usuario, orden y nivel.

PDU petición: ID Aplicación Mensaje
PDU respuesta: ID Orden Nivel

Las posibles respuestas y sus significados se comentan en la siguiente tabla:

Orden Nivel Significado
OK No se han detectado gilipolleces.
WARNING 1 Aviso: primera gilipollez detectada.
WARNING 2 Aviso: segunda gilipollez detectada.
WARNING 3 Aviso: tercera gilipollez detectada. No quedan más avisos.
KILLUSER 1 Muerte rápida del usuario y sin sufrimiento.
KILLUSER 2 Muerte con moderada ración de sufrimiento.
KILLUSER 3 Muerte larga y agónica.

Así, el usuario contará con un máximo de tres gilipolleces que generarán un aviso por pantalla —WARNING de nivel 1, 2, y 3, respectivamente— sin mayores consecuencias a través del servicio SM. En el momento que se produzca una cuarta gilipollez, el SDDG enviará un mensaje KILLUSER con un nivel de sufrimiento asociado. Es entonces cuando el demonio SM habilitará el BHA en el momento en el que se detecte a través de la cámara web que el usuario está situado a la distancia apropiada.