La ciencia en España no necesita tijeras, y podría dar miles de razones. Podría apuntar, como hace Ambros, que un recorte presupuestario en ciencia equivale a coger todo el dinero invertido hasta la fecha, ponerlo en un montón, y quemarlo; es como cortar un árbol justo antes de que dé su fruto. Podría hablar de prestigio, como Paco Bellido y Ramón, recordando que nuestro único premio Nobel es de hace más de un siglo. Podría incluso jugar a predecir el futuro en función del pasado, como hacen en la Ciencia de la mula Francis, cuando nos recuerdan la crisis en la ciencia francesa de hace apenas 5 años. Y, parafraseando a Einstein, como hace Joan Guinovart, podría añadir que «si creen que la investigación y la educación son caras, prueben con la ignorancia y la mediocridad».
Hay mucho en juego: el conocimiento, el dinero, el desarrollo, el prestigio, el bienestar… pero, en último término, todo ello tiene un origen común: las personas. Un recorte presupuestario en materia de ciencia no es sólo dinero, sino que se están recortando visiones, ilusiones y, en definitiva, personas, mentes brillantes presentes y futuras. Presentes por los científicos e investigadores que, ante esta coyuntura, pueden verse tentados u obligados a emigrar en lo que se conoce como «fuga de cerebros»; y futuras por los jóvenes que dejarán de optar por las carreras de ciencias, visto el oscuro porvenir, enturbiándolo más si cabe.
Dicen que España tiene una economía saneada, y es cierto que el endeudamiento es menor que en otros países de Europa, por lo que tenemos mayor colchón. Hoy. Y a pesar de las cantidades ingentes de dinero que están metidas en pozos sin fondo, en piras que consumen todo lo que cae en ellas, improductivas salvo por el humo y el tufillo. Qué me dicen si no del gasto público, ¿acaso no hay nada ahí que recortar? Nos sorprendería conocer el montante que se escurre por el desagüe en concepto de funcionarios innecesarios, con el mismo desempeño que un Lego, de consejeros del consejero del consejero, de floreros públicos terriblemente caros. Recuerdo que hace poco un ministro contaba la anécdota de su primer día, y de cómo se sorprendió cuando averiguó que había un señor cuyo trabajo consistía en coger su maletín al llegar al Ministerio y transportarlo unos metros hasta el interior. Heli nos recuerda que el dinero público también se nos escapa en la religión —esos que con tanto ahínco se oponen a los avances científicos—, en el cine español —bueno o malo (mucho más malo que bueno) pero invariablemente subvencionado con fondos públicos—, y en las fiestas taurinas, entre otros.
Pequeños (y no tan pequeños) granos de arena que se configuran en una montaña de cal viva. En cambio, el Gobierno prefiere ensañarse con el montículo de la ciencia, yacimiento de costosa extracción, pero de incalculables beneficios.
Más de 680 blogs expondrán a lo largo del día de hoy más de 680 razones para que este recorte no se produzca. La mía es, en realidad, 40 millones de razones: las personas.