Sinfonía No.9 en do mayor D.944 de Schubert

Todavía no habíamos hablado por aquí de Franz Schubert, compositor austriaco continuador del Romanticismo de Beethoven. Fueron contemporáneos y quizás por ello el talento de Schubert siempre creció a la sombra del primero. Vivió en la pobreza, de la caridad de sus amigos; sus obras operísticas y orquestales nunca fueron publicadas o estrenadas en vida. Sin embargo, más tarde se le ha reconocido como el gran compositor que era, uno de los más grandes de la historia cuya caraterística principal es el bello tratamiento que hace de la melodía.

Su Sinfonía No.9 —apodada la Grande por su larga duración (alrededor de 1 hora) y en contraposición con la sexta sinfonía también en do mayor y apodada la Pequeña— es sin duda una de sus mejores obras. Aunque en 1840 fue publicada como Sinfonía No.7, hoy en día se considera que la número 7 es la D.729 compuesta en 1821, obra que, aunque estructuralmente estaba completa, no fue orquestada totalmente por Schubert, sino por otros autores posteriores. La número 8 se corresponde con la Inacabada (que consta únicamente de dos movimientos completos), y la última fue la que tenemos hoy entre manos.

Esta sinfonía se cree que fue compuesta entre 1825 y 1826, aunque no fue presentada a la Gesellchaft der Musikfreunde hasta 1828, año de su muerte. La obra fue rechazada por su excesiva duración y dificultad para ser interpretada en público, y sólo recibió un pequeño pago por ella. Quedó abandonada en un cajón por muchos años hasta que Schumann viajó a Viena en 1838 y encontró un manuscrito en casa del hermano de Schubert. De vuelta a Leipzig, entregó la obra a Mendelssohn, quien la estrenó finalmente en 1839.

Es una de esas obras que hay que escuchar en directo si se tiene ocasión. Por mi parte, pude interpretarla hace un par de semanas con la orquesta del conservatorio y la experiencia fue inolvidable. Para el músico, aparte de disfrutar de la inigualable belleza de las melodías, es un ejercicio de resistencia verdaderamente complicado.

Disfrutemos de la batuta de Herbert von Karajan. Animo a los oyentes a buscar guiños presentes en el cuarto movimiento. Hay uno muy claro al cuarto movimiento de la novena de Beethoven.

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La calidad en Youtube es baja. Recomiendo escucharla en Spotify:

Sonata en la menor No.8, KV 310 de Mozart

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Poco se puede contar sobre la biografía de Mozart que no os suene a todos, después de ver Amadeus. De alguna manera, la figura del «genio austriaco» ha sido estereotipada hasta el aburrimiento, hasta convertirse sólo en el niño prodigio, el tocado por los dioses, el mártir de muerte precoz… antes que en el autor de la música de Mozart. Quizás por eso, debo confesar, le tengo cierta manía. Por eso, y por la candidez y la cortesía que rezuman muchas de sus obras. Interpretar a Mozart me suele traer a la mente las pelucas y las normas de protocolo, por eso, mientras mis dedos intentan torpemente reproducir ese sonido preciso, equilibrado, exquisito (tan «andante expressivo molto grazioso») que idealiza mi cabeza, me convenzo de que nunca seré lo bastante educada y que me sobran cinismo y 3 kilos de mala leche para tocar bien sus obras. Interpretar a Mozart es darme cuenta de que tengo unos dedos de carne y hueso (hedonistas, para colmo), que el aire de la sala contiene impurezas, que hasta las cuerdas del piano son demasiado reales y matéricas, como para estar a su altura.

Entre tanto corset y tanta finura, me sorprende que Mozart siga teniendo tanta popularidad hoy en día (aunque, insisto, sospecho que es más popular el personaje, Amadeus, que su música). La contención, está visto, no es para mí, pero tampoco parece muy propia del siglo XXI, más bien romántico. Y, sin embargo, me entusiasma que, incluso dentro de esa contención, de ese idealismo puramente clásico, haya cabida para emociones más oscuras. Prueba de ello es el Réquiem, claro. Pero también otras piezas como la obra que hoy os presento.

La Sonata No.8 en la menor de Mozart fue compuesta en el verano de 1778. Consta de 3 movimientos (rápido-lento-rápido) y es, probablemente, una de sus sonatas más temperamentales y pesarosas. De hecho, es su primera y una de sus dos únicas sonatas escritas en una tonalidad menor. Cuando la compuso, Mozart se hallaba de viaje en París con su familia, en busca de empleo y pasando apuros económicos. Por eso, cuando su madre enfermó, tardaron demasiado en llamar a un médico y no pudieron hacer nada cuando empeoró y falleció, el 3 de julio de 1778. Es posible que la  inquietud y desesperación que se escucha en el primer movimiento corresponda de alguna manera a esa impotencia. En el segundo, en cambio, la música se llena de melancolía.

La intérprete de hoy es Mitsuko Uchida. Por otra parte, si alguno se anima a analizar el primer movimiento, es fácil encontrar la forma sonata que presentamos hace semanas: La exposición, con sus temas A (0’00») y B (0’41»), se repite a partir de 1’30». El desarrollo comienza en 2’58» y la reexposición en 3’52» (esta vez, con el tema B en la menor, 4’36»). Ambos (desarrollo y reexposición) se repiten en 5’30».

La Suite Iberia de Albéniz. Libro I, No.3, El Corpus en Sevilla

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Este curso se celebra el Año Albéniz, un compositor del que hemos tardado demasiado en hablar. La ocasión se debe a que en 2009 se cumplieron 100 años de su muerte y el 18 de mayo de este año habrán pasado 150 desde su nacimiento. Por este motivo, todos los pianistas que conozco se han puesto a montar obras del genial gironés, los concursos de piano las incluyen en sus bases y, seguramente, no os cueste encontrar algún recital dedicado a Isaac en el auditorio más cercano. Y es que Albéniz es, probablemente, el compositor más emblemático de la música nacionalista estapañola (junto con Falla) y sin duda, el que nos ha dejado a los pianistas en concreto, un repertorio más rico y característico, con un lenguaje propio muy distintitivo.

Albéniz comenzó su carrera de pianista desde muy joven como niño prodigio, en arriesgadas giras que le llevaron a viajar por Europa y América (interrumpiendo sus clases en el conservatorio de Madrid, por otra parte). Sólo más tarde se concentraría en su formación musical para estudiar en Bélgica con una beca y excelentes resultados, hasta 1879. Después regresaría a España, donde comenzó también su carrera como compositor y director. Además de su producción para piano, cabe destacar el trabajo de Albéniz en el mundo de la zarzuela y la música escénica. Esta labor lo llevó a trabajar durante años entre Londres y París.

No obstante, su legado más valioso es puramente pianístico. Entre sus obras más destacadas se encuentran Cantos de España Op.232, la Suite Española Op.47, o Azulejos (una obra que tuvo que terminar Enrique Granados a la muerte de Albéniz). Sin embargo, su obra cumbre, admirada y alabada por compositores como Debussy o Messiaen es, sin duda, la Suite Iberia. Se trata de una colección de cuatro libros con tres piezas cada uno, compuestas entre 1905 y 1909 y dedicadas a distintas regiones, paisajes y tradiciones de España. Para ello, Albéniz no sólo utiliza giros y armonías característicamente españoles: algunas piezas están inspiradas directamente en temas folklóricos. No os costará reconocer en el vídeo de hoy, El Corpus en Sevilla, el tema de La tarara, una canción infantil en origen, llevada aquí a un nivel más de sofisticación: con armonías y tratamientos que la oscurecen, la intensifican y reinventan, mostrándonosla en todo su carácter y con todas sus posibles facetas. En este sentido, me gusta pensar que El Corpus en Sevilla estaba implícito en La tarara, que sólo hacía falta que Albéniz lo «descubriera». Técnicamente, además, son piezas que entrañan una gran dificultad, requieren una gran fuerza y flexibilidad por parte del pianista (en esta ocasión, Alicia de Larrocha), aunque, sin duda, es un placer tenerlas entre los dedos.

Concierto para violín Op.35 de Tchaikovsky

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Este fin de semana hemos ido a ver El concierto, una película de Radu Mihaileanu. El título hace referencia a la obra protagonista de la trama: el concierto en Re Mayor para violín de Tchaikovsky. La película es muy recomendable, cómica y enternecedora, llena de músicos rusos en busca del pájaro de fuego, que tocan como sólo saben hacerlo al Este de los Urales. El único inconveniente que le encontré, es que me ha dejado grabado en los oídos, con tinta indeleble, el dichoso concierto. Consecuentemente, hoy me he propuesto contagiároslo también a vosotros.

Se trata de uno de los conciertos más populares para violín y, probablemente, uno de los más difíciles. De hecho, cuando Tchaikovsky terminó de escribirlo en 1878, dedicándoselo a uno de los maestros del violín de la época, Leopold Auer, este lo rechazó aduciendo que era una pieza imposible de tocar. Sí era posible tocarlo, sin embargo. De hecho, Tchaikovsky había trabajado con su pupilo y violinista, Yosif Kotek, en su composición. Tras buscar a un nuevo intérprete, la obra se estrenó en 1881 a manos de Adolph Brodsky, ante el rechazo inicial del público (probablmente esta primera interpretación no fue lo bastante ensayada). Hoy, sin embargo, forma parte del repertorio más conocido del romanticismo.

Me sorprendió descubrir que Tchaikovsky compuso esta obra en un retiro vacacional, mientras se recuperaba de la depresión causada por su fracasado matrimonio. La homosexualidad encubierta del compositor lo había llevado a casarse con Antonina Miliukova, para mantener las apariencias y con un resultado desastroso. Sin embargo, al escuchar el primer movimiento de este concierto percibo, no tristeza, sino todo lo contrario: euforia, una alegría de vivir desbordada… no histérica ni hilarante, sino puramente romántica: tierna, apasionada, dando brincos por la pradera. El segundo movimiento, por otra parte, a pesar de todo su lirismo, no me parece muy íntimo. Parece más bien que Tchaikovsky nos contase una leyenda, muy triste, sí, pero ajena a él.

Trío Op.30 de Khachaturian

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Hoy tengo un cerebro perdido en el moco, y no me da mucho para escribir, pero os dejo escuchando una pieza que me ronda últimamente la cabeza, especialmente el tercer movimiento. Valga esta entrada para recomendaros, eso sí, la obra de Aram Khachaturian en general: este compositor armenio ha conquistado recientemente mi MP3 y me fascina.

(Recorriendo Youtube en busca del vídeo de hoy, concluyo: habría que extinguir a los violinistas como especie, sin acritud ;). Existe una grabación de mayor calidad en Spotify)