En la comunidad más pepera de toda España. Aunque la oposición tampoco es como para echar cohetes, quería recomendaros el diario digital del grupo municipal de Izquierda Unida, donde se denuncian los muchos problemas que afectan a la ciudad. Para poder despotricar a gusto, os dejo con Aquí Madrid.
Castellano para extranjeros
Si un gramático foráneo estudiara el castellano basándose exclusivamente en sus hablantes de la calle, sus conclusiones serían las siguientes:
En el idioma español no existe el modo superlativo regular, sino que se construye con locuciones que expresan el grado máximo del calificativo:
- Bueno, muy bueno, de puta madre.
- Rápido, muy rápido, cagando leches.
- Valiente, muy valiente, con dos cojones.
- Lejos, muy lejos, a tomar por culo.
(Vía Libro de Notas)
Sinfonía No.5 de Mahler
Gustav Mahler fue un compositor y director bohemio-austriaco. Toda su creación se centró en dos géneros: la sinfonía y la canción (lied). A pesar de ello, se ha reconocido como uno de los compositores postrománticos más destacados.
De sus nueve sinfonías completas (tiene una décima incompleta), la Sinfonía nº5 es especial debido a su inusual tercer movimiento. Se trata de un Adagietto para orquesta de cuerda y arpa; esta es la diferencia fundamental frente al resto de sinfonías e incluso frente al resto de movimientos de la quinta: suprime el viento y la percusión de la orquesta, a la manera antigua. Intimidad frente a la aglomeración en un movimiento lleno de disonancias y de ambigüedad tonal que sobrecogen al oyente. Fue una pieza que influyó enormemente en la escuela vienesa.
A continuación, una interpretación absolutamente magistral, la mejor que he oído del Adagietto, a cargo de la Orquesta Filarmónica de Viena y bajo la batuta de Leonard Bernstein.
SGAE, defensores del din… digo, de la cultura
Es muy curioso que la defensa de la cultura vaya en contra del medio que más está difundiendo la cultura.
(Javier Capitán, presentador de radio y televisión, en blogoff)
La revolución ya no es posible (3)
A los 16, yo iba a ser Presidenta de España. Éso como primer paso para cambiar el mundo, claro. Podéis pensar que la mayoría de los adolescentes tienen más o menos las mismas expectativas, pero mientras la mayoría conciben la posibilidad de que esto no suceda, en mi caso la convicción era tan rotunda, tan innegable, que haber dudado de ella por un instante hubiese supuesto una traición imperdonable a mí misma. En cierto sentido, esa traición toma forma y se materializa en estas palabras que ahora escribo (no sin cierta tristeza), pero sé que se ha fraguado durante años a partir de experiencias que según se mire, me hicieron madurar o me desilusionaron y derrotaron. A estas alturas, ¡mierda!, yo también soy una cínica.
Los ecos del Congreso
Sin duda, una de esas experiencias aunque no la única, fue la visita al Congreso de los Diputados, impulsada por mi profesor de Filosofía de primero de Bachillerato. Os podéis imaginar el panorama:
Mientras un diputado se dirigía a la Cámara desde su atril, el 90% de los escaños permanecía vacío. Del restante 10%, la mitad de los diputados leía ditraídamente el periódico y otros tantos hablaban entre ellos o utilizaban sus teléfonos móviles. Claro, a nosotros, dieciseisañeros ilusos e inexpertos, se nos cayó el alma al suelo. Más tarde nos explicaron que en general sólo iba un diputado de cada partido a las sesiones, pues gracias a la disciplina de voto, que hubiese 50 pares de orejas escuchando un debate resultaba redundante cuando todas iban a opinar lo mismo. Pero entonces, me pregunto: ¿Para qué tanta pantomima? ¿Para qué fingir un debate parlamentario, con sus discursos a favor, en contra, enmiendas etc. si realmente nadie escucha a nadie, si todo está decidido de antemano, si cada partido ya sabe lo que votará? ¿Por qué mantener el protocolo, la forma, cuando ya no existe ningún contenido?
Recientemente, la desidia de los diputados ha comenzado a aparecer en los medios a partir del gran absentismo de los diputados durante la sesión de control al Gobierno del pasado 29 de octubre. Parece que los problemas no existen hasta que no salen en la tele. Y entonces cobran ese sutil aire irreal e irrelevante, que les permite aparecer entre anuncios de Ariel y ficciones de culebrón. Pero el absentismo señorial no es nuevo, ni se terminará cuando los periódicos ya no hablen de él. Tan seguros están los diputados, que no sólo no corrigen su actitud, sino que se pavonean y se mofan ante el justamente defraudado ciudadano, mientras a éste no le queda más remedio que pagar y callar.