Lo imperfecto a menudo es bueno, e incluso deseable. Dígale esto a una empresa que se dedica a fabricar tornillos, todos igualitos ellos, y probablemente le mande a la mierda. Sin embargo, en el mundo real vivimos rodeados de imperfecciones. Una cara totalmente simétrica nos parece horrible y el sonido puro de un sintetizador nos resulta artificial y desagradable. Preferimos las pequeñas imperfecciones de un rostro real o el ruidoso espectro de un instrumento musical. Al final, qué son las mutaciones sino imperfecciones en la transmisión del código genético; y la evolución es el resultado del triunfo de éstas. Pero a lo que iba, que me salgo del tiesto.
Cuenta la historia que, a mediados del siglo XIX en plena época de industrialización y modernización, Francia exportó a Japón su sistema ferroviario, la forma de construir las infraestructuras, etc. Este sistema aprovechaba la línea del ferrocarril para llevar también el telégrafo eléctrico. Las instrucciones por parte de los franceses eran claras: había que colocar un poste cada 100 metros para soportar el hilo telegráfico. ¿Qué ocurrió? Que los japoneses trabajaban demasiado bien, y colocaron todos los postes separados por exactamente 100 metros. Pronto, las rachas de viento hicieron que todos los segmentos entraran en resonancia, y como resultado se cayeron todos y cada uno de los postes.
Sí, de acuerdo, unos 100 metros de separación entre poste y poste; pero uno a 98 metros, otro a 101, otro a 103… el cable habría estado igual de bien sujeto solucionando a su vez el problema de la resonancia.